• 29/05/2023 00:00

Avenida amoniaco

“[…] como todas las populares callecitas abandonadas de nuestro Panamá, este es un vergonzoso espejo del origen de nuestros problemas”

Seguramente usted la conoce. La típica vía de toda barriada para evitar el embotellamiento rumbo a las arterias principales. Usted, conductor, la recorre y observa autos estacionados, ocupados por caballeros con las manos en la nuca, a media mañana de un día laboral, matando tiempo mientras meditan en cuánto dinero no cae en sus bolsillos. No son transportistas selectivos. Esa calle tiene todo para ser un sitio de ingresos para la micro y pequeña empresa; en su lugar, se convierte en un urinario público.

El espectáculo bochornoso es exclusivo para peatones. La práctica de orinar en la vía, sin pudor alguno, tiene lugar a cualquier hora y sin distinción de clase social. Antes era una excepción y por razones de urgencia. Ahora es la norma y ni se le ocurra criticarlo. Nos hemos convencido de que, por ser una necesidad fisiológica, es un derecho. Sin acera, sin vergüenza y para rematar, harta en basura. Aparte de letrina gratuita, avenida amoniaco da la ilusión de control que tanto disfruta el conductor promedio y deja claro que por más adultos que seamos, en el respeto a las leyes seguimos siendo infantes: si la policía no vigila, todos manejan como les plazca. En cada una de estas pintorescas calles abandonadas, puede comprobar que la circulación suele ser en dos vías contrarias, pero las reglas se siguen según conveniencia.

Se comprende que la falta de acceso a baños públicos es un problema que enfrentan trabajadores en la calle y transportistas. Curiosamente, nadie cuestiona que las mujeres aseadoras, las que venden comida, las que se trasladan a diario en un vehículo de un lugar a otro para encargarse de labores de cuidado, o las conductoras de transporte selectivo no son captadas con tanta frecuencia en esta desagradable práctica. Y eso que las mujeres tienen necesidades corporales mayores: basta con preguntarle a alguna las peripecias que hace cuando le llega su menstruación en la vía pública y sin acceso a un baño, o dónde se acomoda cuando debe cambiarle el pañal a su hijo.

En el mareo que me produce el amoniaco, la basura y el espanto de ver a conductores sacarse el miembro sin siquiera ocultarse con la puerta ni asearse las manos, lamento que nadie haya aprovechado esta calle de la desidia para colocar un quiosco en donde, aparte de alimentos, se ofrezca el uso de un baño portátil a un precio módico y se vendan productos de primera necesidad. Los que no la usan de urinario suelen matar horas mirando el celular en modo horizontal y estorbando en el hombro de la vía, arrojan basura frente al letrero de “no tirar basura” y se lamentan de la dura situación del país. Avenida amoniaco es, como todas las populares callecitas abandonadas de nuestro Panamá, un vergonzoso espejo del origen de nuestros problemas: la falta de interés en la atención digna de nuestras necesidades básicas, perjudicar a otros con la excusa de satisfacerlas, irrespetar las leyes y aceptar, resignados, que otros lo hagan, sentarnos a esperar que el desorden termine y pasar de largo, encerrados en nuestra comodidad, mientras otros se orinan en nuestro bien común.

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