• 02/11/2019 00:00

¿Competencia desleal? No, se llama disrupción

Cada vez que una industria o sector se siente amenazado por nuevos actores que compiten con el servicio que ofrecen, los escuchamos quejarse de que están siendo víctimas de una competencia desleal.

Cada vez que una industria o sector se siente amenazado por nuevos actores que compiten con el servicio que ofrecen, los escuchamos quejarse de que están siendo víctimas de una competencia desleal. Los más recientes quizás son los taxistas frente a los servicios ofrecidos a través de plataformas tecnológicas como Uber/Cabify. En este, como en otros casos, cabe preguntarse si se trata realmente de una competencia desleal o si es un caso de disrupción.

Hace 16 años ocurrió en Panamá con la telefonía de larga distancia. Antes de la apertura del mercado, el operador que gozaba de monopolio garantizado por 10 años se quejó de la competencia desleal que representaban plataformas para llamadas de voz por internet (VOIP), y logró hacer que el entonces llamado Ente Regulador de los Servicios Públicos (ahora ASEP) ordenara el bloqueo de dichos servicios en Panamá. Eventualmente, con la apertura del mercado, dicho bloqueo devino inútil y fue eliminado. Hoy día nadie paga por llamadas de larga distancia internacional, pues todos usan cualquier aplicación móvil como WhatsApp o similares, para comunicarse con personas en otros países.

Imagínese usted que en lugar de la apertura de la telefonía de larga distancia, aún tuviéramos un monopolio en dicho mercado. Las opciones para nosotros los usuarios serían muy limitadas, seguramente con tarifas altísimas, como solían ser las tarifas de larga distancia antes de la apertura. ¿Queda claro que la protección del negocio del incumbente no es una buena política pública? El incumbente nunca va a querer que entren otros a brindar el mismo servicio, ya sea con o sin innovación tecnológica. La posición cómoda del incumbente es que no entre nadie más a competir con él. Es obvio que el incumbente siempre se va a oponer, si tiene dicho poder. Esa es precisamente la razón por la que en un sistema de libre mercado no se pide permiso al incumbente para que puedan entrar nuevos participantes al mercado.

La destrucción creativa, decía Joseph Schumpeter, es elemento esencial del capitalismo. Y esa destrucción creativa lleva a que cada vez tengamos más opciones de bienes y servicios, a mejores precios relativos. La fotografía digital reemplazó la película y con ello usted ya no requiere gastar dinero en película ni en su revelado para guardar sus momentos. Los servicios “streaming”, como Netflix, reemplazaron a Blockbuster. La industria disquera luchó una guerra campal contra Napster, guerra en la que obtuvo una victoria pírrica al destruir a la compañía Napster, pero luego surgieron otros servicios similares. La industria disquera continuó librando batallas legales para cerrar los sitios que permitían la difusión de música en formatos mp3, hasta que surgió el fenómeno del Bit Torrent, que es un medio descentralizado de compartir información. La data no residía ya en un servidor centralizado, sino en los millones de computadoras de los usuarios del sistema, que ponían sus archivos a disposición del sistema, a fin de poder obtener del mismo modo los de otros usuarios. Dicha descentralización hizo imposible que la industria disquera pudiera continuar su estrategia. Al final tuvieron que reconocer la derrota. Hoy día existen servicios como Pandora, Spotify, y otros similares, en los que usted paga una suscripción mensual que le permite acceso a musicotecas con decenas de millones de títulos, virtualmente a toda la música que usted pueda querer. Y, por supuesto, las ventas de discos (CDs) colapsaron.

Hoy día muchas personas compran boletos de avión a través de portales que no tienen oficinas en Panamá. El hospedaje en hotel lo pueden contratar también con dichas plataformas, incluso pueden contratar hospedaje particular a través de la plataforma AirBnb. Las agencias de viaje ofrecen un servicio que puede ser útil y de valor, pero es bueno que el consumidor tenga opciones.

Un país no debe tener políticas públicas que protejan determinados sectores frente a la destrucción creativa. Si lo hace, perjudica a sus ciudadanos e inhibe la competitividad. Si “proteger empleos” fuese buena excusa para hacerlo, habríamos de prohibir el correo electrónico y las aplicaciones de comunicación como WhatsApp, con el fin de dar empleo a carteros. Tan absurdo como proteger a los taxistas con regulaciones que inhiben la competencia, con la excusa de que las plataformas le hacen “competencia desleal”. La disrupción llegó. Como país podemos hacer la guerra perdida de la industria disquera para eventualmente perder de todos modos, o podemos reconocer que el mundo cambia.

Abogado
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