• 07/11/2019 00:00

La corrupción y el hombre ancestral

La corrupción y el hombre ancestral

Anteriormente sostuve que sin cambios estructurales y supraestructurales lo que se conoce como delincuencia, corrupción y criminalidad, tanto la que practican los infractores de cuello blanco como los “descuellados” de la Tierra, son fenómenos inherentes a nuestra identidad biopsicosociocultural, la que no cambiará a corto ni a largo plazo. Probablemente nunca.

Difícil dilucidar el qué somos para explicar los comportamientos individuales y colectivos de nuestra especie. Cualquier explicación simplemente amplía las fronteras de las dudas razonables.

En el afán de aclarar lo oscuro de nuestros orígenes nos vemos en la necesidad de volver una y otra vez a nuevos comienzos, de generación en generación, lo que no ocurriría si fuera dable escribir en la tabula rasa de la que hablara Aristóteles. Pero ese tablero no existe.

En el caso de temas como la delincuencia —corrupción, criminalidad, latrocinios, etc.— el abordaje cientificista no resulta fácil, porque el punto de partida se basa en la dicotomía del bien y del mal, a la que se aferra el ser humano para distanciarse de las acciones inmanentes a su agresiva identidad ancestral.

Para desentrañar los orígenes reales de la delincuencia tenemos que reconocer, primero, que el bien y el mal no existen en la naturaleza. En ese ámbito no hay moral, ni valores, ni principios, no hay pensamiento abstracto, solo vida. De manera que el delito no existe hasta que la ley lo configura. De esa manera, al crear la ley, nace el ser humano.

Las expresiones humanizadoras se desarrollaron y evolucionaron a medida que el homo neuronalmente mejor dotado de la biósfera los codifica, según lo beneficioso o dañino que fueran en función de la supervivencia de la especie.

Lo hecho por los cromañones, que es lo que somos realmente, ha sido crear un universo paralelo, antagónico en muchos aspectos a la biota originaria.

Pero, siempre hay peros. Muy pocos homos sapiens-sapiens están en condiciones de aceptar que desde el trampolín de la condición biológica se dio el salto a la racionalidad.

En realidad, somos hijos de la ficción más que de la realidad originaria. Nos inventamos a nosotros mismos. Inventamos dioses, mitos, pretextos, héroes y villanos prototípicos, símbolos, herramientas, armas.

Nos reinventamos todos los días, al punto de que nuestro origen biológico ya desapareció del imaginario humano.

Pero el animal está aquí, en nosotros, agazapado en tres cerebros, el primero idéntico al de los reptiles, el segundo idéntico al de los mamíferos, el tercero propiamente humano, reguladores de los instintos, emociones y racionalidad, en ese orden, coexistiendo en la cavidad craneana en “armónica y conflictiva armonía”, alternándose la dominancia según los contextos en mínimas máximas escalas.

De manera que toda estrategia encaminada a combatir las transgresiones a las normas socioculturales debe basarse en el conocimiento real de lo que el hombre natural es. Sin ese conocimiento y la voluntad de anteponer la realidad a los instintos será muy difícil cambiar las estructuras y supraestructuras sociales, y seguiremos matándonos los unos a los otros. PRO

Escritor y periodista.
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