• 22/10/2023 00:00

El efecto Moneyball en la sociedad

[...] creo que el béisbol fue colonizado por las matemáticas y terminó siendo resuelto como una ecuación, más que un juego o entretenimiento

La Serie Mundial este mes de octubre ofrece la oportunidad de preguntarnos por qué los fanáticos dejaron de ver béisbol por tantos años. En lo particular, mi relación con el béisbol se remonta a la época de SCN cuando transmitían el juego de la semana. Con el tiempo y la cantidad de canales dedicados a las grandes ligas, se perdió algo de pasión y expectativa.

Pero hay otras posibles razones. Las estrellas de mi infancia fueron reemplazadas por figuras reprendidas por hacer trampa y usar esteroides. Aunque en un contexto profundo, más que estos escándalos, creo que el béisbol fue colonizado por las matemáticas y terminó siendo resuelto como una ecuación, más que un juego o entretenimiento.

La revolución de la analítica conocida como “Moneyball” llevó a una cadena de ajustes ofensivos y defensivos que fueron catastróficos para el deporte. Buscando ponches, los gerentes y directores aumentaron la cantidad de lanzadores por juego y aumentaron la velocidad promedio y la tasa de rotación por lanzador. Los bateadores respondieron aumentando los ángulos de lanzamiento de sus swings, aumentando las probabilidades de un jonrón, pero también aumentando la probabilidad de ponches. Estas decisiones fueron todas legales y, lo que es más importante, todas fueron correctas desde un punto de vista estratégico.

El problema es que los analíticos del béisbol se acercaron al asunto como si tuvieran que resolver una ecuación, optimizada para Y, resuelta para X, y lo que al final trascendió fue algo inesperado. El deporte que veía en los años 70 desapareció. Antes, en cada juego había normalmente un 50% más de hits que de ponche; el año pasado, hubo más ponches que hits. Los hits fueron desapareciendo a mínimos históricos, y en el siglo y medio de historia de la MLB, los diez años con más ponches por partido son los últimos diez.

El erudito en religión James P. Carse escribió que hay dos tipos de juegos en la vida: finitos e infinitos. Se juega un juego finito para ganar; hay claros vencedores y perdedores. Se juega un juego infinito para seguir jugando; el objetivo es maximizar las ganancias entre todos los participantes. El debate es un juego finito; el matrimonio es un juego infinito. Las elecciones son juegos finitos; la democracia es un juego infinito. Una gran cantidad de sufrimiento innecesario proviene de no saber la diferencia. Una mala discusión puede destruir un matrimonio; una elección impugnada puede desestabilizar una democracia. En el béisbol, ganar la Serie Mundial es un juego finito, mientras que aumentar la popularidad del béisbol es un juego infinito. Lo que sucedió con el “Moneyball” es que el juego finito del béisbol se resolvió de una forma que se perdió el juego infinito.

Cuando la inteligencia conduce a estrategias, puede llevarnos a resolver un problema. Toma el ejemplo de la NBA. Cuando todos los equipos de baloncesto se dieron cuenta del cálculo de que tres puntos son un 50% más que dos puntos, se obtiene una ráfaga de tiros de tres puntos en toda la liga para aprovechar la discrepancia. Antes de la temporada 2010, la liga en su conjunto nunca promedió más de 20 intentos de tiros de tres puntos por partido. En la temporada pasada, ningún equipo intentó menos de 25 triples por juego y cuatro equipos intentaron más de 40.

Las matemáticas es una ciencia que consume datos y expele resultados. Y aunque estos no siempre son los deseados, inequívocamente obtenemos algo como consecuencia. El físico de partículas subatómicas y ganador del premio Nobel, Frank Wilczek, dijo una vez que el universo existe como una danza entre fuerzas opuestas. Primero la simetría. Si rotas un círculo, sigue siendo un círculo, al igual que invertir los lados de una ecuación aún revela una verdad (2+2=4 y 4=2+2). Pero el universo también se basa en lo que Wilczek llama “exuberancia”. Mirando hacia el cielo en una noche estrellada, no vemos un caos absoluto ni una simple simetría, sino más bien una especie de exuberancia enmarcada en un sentido del orden, que dota a toda la obra celestial de una comprensibilidad inentendible.

El “moneyballismo”, desde este punto de vista, sacrifica la exuberancia en aras de la simetría. Sacrifica la diversidad en aras de la familiaridad. Resuelve juegos finitos a expensas de juegos infinitos. Su genialidad desfigura los elementos del entretenimiento. Definitivamente vale la pena hacernos la pregunta si, en un mundo que solo está influenciado por la inteligencia matemática, ¿podemos arruinar su exuberancia a través de nuestros intentos de perfeccionarla? El tiempo nos dirá si las nuevas reglas del béisbol sirven para crear más exuberancia y devolver a los fanáticos lo que por años fue su pasatiempo. Mientras encontremos la respuesta, digamos “play ball”.

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