• 03/06/2022 00:00

Exijo valentía

En Nicaragua, la política de choque contra el pueblo aplicada por Daniel Ortega y sus secuaces (choque físico y mediático que me consta), sin menoscabo de su alianza con las oligarquías corruptas de ese país, terminó desembocando, en 2018, en una protesta que respondía a su empeño de aplicar la doctrina neoliberal con medidas paramétricas (o sea aumentar cuotas y edad de jubilación) para el sistema nicaragüense de seguridad social.

En Nicaragua, la política de choque contra el pueblo aplicada por Daniel Ortega y sus secuaces (choque físico y mediático que me consta), sin menoscabo de su alianza con las oligarquías corruptas de ese país, terminó desembocando, en 2018, en una protesta que respondía a su empeño de aplicar la doctrina neoliberal con medidas paramétricas (o sea aumentar cuotas y edad de jubilación) para el sistema nicaragüense de seguridad social. La represión arrojó saldo de más de 300 muertos y puso a Ortega muy paranoico, por lo que redobló sus actos intimidantes y represivos.

Conocedor de que a pesar de ello sería derrotado en las elecciones, no solo inventó una ley para meter presos a sus posibles rivales, sino que la usó como expediente para perseguir y encarcelar incluso a dirigentes sandinistas que se le oponen, cómo Víctor Tinoco o Dora María Téllez, a quienes en más de una ocasión les debió que salvara la vida.

Otros dirigentes y comandantes, como Mónica Baltodano o Sergio Ramírez Mercado, tuvieron que exiliarse en el mayor sigilo, para salvarse de las ergástulas de ese señor y su familia. Con suma hipocresía, Ortega, que estuvo mimado por el financiamiento del imperialismo yanki, ahora recurre a ese discurso para aferrarse como sea al poder; mientras reivindica un supuesto socialismo que todos los que lo propugnamos no podemos sino asquearnos de que tal personaje lo desprestigie con sus actuaciones y palabras.

No se tiene idea del paradero de los presos políticos, Ortega se aferra al poder a través de sembrar el miedo y su última actuación es procurar embrutecer a un pueblo que ya no come cuentos, pues está cansado de él y de su tropa de cipayos que pretenden establecer una monarquía en un país que luchó y pagó con sangre el precio de haberse librado de eso.  Por ello, acusa a las ONG de servir intereses extranjeros y ha llegado al colmo de incluir en eso a la Academia Nicaragüense de la Lengua.

Estamos hablando de una institución que albergó y alberga a preclaras personalidades de las letras, muchas de ellas sandinistas, pero opositoras a ese traidor del ideal de Sandino. Allí estuvo hasta su muerte, ya amargado por los acontecimientos, el gran poeta Ernesto Cardenal; está exiliado Sergio Ramírez y temo por la vida de la filóloga Hilda Baltodano, de la poetisa Gioconda Belli y de todos los miembros de esa corporación, que tanta gala da a las letras hispanoamericanas.

De modo que no es gratuita la rápida reacción de la RAE, que pide el apoyo hacia ellos; pero es doloroso que nuestra Academia Panameña de la Lengua, la Universidad de Panamá y demás entidades culturales de nuestro país tarden en hacerlo, siquiera por solidaridad corporativa.

Cada día, cada minuto que pasa sin que se pronuncien esas organizaciones que son nuestros máximos referentes culturales es un baldón que mancilla sus nombres. Me avergüenza que el mundo cultural de nuestro país no se movilice y que sus responsables no tengan la hidalguía que reclama este aciago momento. Es aquí que la historia distingue a los valientes de los pusilánimes, a los que honran la solidaridad en vez de embozarse tras la conveniencia. Más bien, en Panamá deberíamos vernos en ese aciago espejo, no sea que el “robó, pero hizo” o alguien similar se encumbre en el poder, se sienta alentado por la impunidad y, emulando al reyezuelo centroamericano, realice medidas alienantes para, según él, mejor dominar al pueblo. Lo aplaudirán las focas de siempre, pero jamás podrán doblegarnos.

Especialista en Lengua y Literatura Española por la Universidad de Panamá
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