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- 16/12/2022 00:00
Fascinantes avatares de lo fantástico
En Panamá se ha publicado un número apreciable de antologías de diverso tipo en torno al cuento, sin duda el género literario más cultivado. Pero hasta el momento no se ha hecho una selección de la mejor cuentística en torno a la fascinante modalidad de lo fantástico. Estoy por iniciar esa labor investigativa que espero sea una labor pionera.
Me atrevo a aseverar que el primer cuento panameño propiamente fantástico fue “La boina roja” (1954), texto celebrado de Rogelio Sinán (1902-1994); asimismo, afirmo que el primer libro nacional en que predomina este tipo de ficción narrativa es “Duplicaciones” (1973), de mi autoría, como lo sustentó en su momento el crítico panameño Ricardo Segura (1938-2002); desde entonces he seguido cultivando en mi obra como una de sus principales vertientes este tipo de cuento, como bien lo han estudiado los críticos Fernando Burgos (chileno) y Ángela Romero Pérez (española). Lamentablemente, los cuentos fantásticos posteriores de otros colegas nacionales no han sido tomados en cuenta pese a sus indudables aciertos literarios.
No es fácil definir lo fantástico en una obra literaria. Por su naturaleza proteica, porosa, insólita, que suele romper lo cotidiano desquiciándolo sin explicación, su existencia y goce estético dependen más de la sensibilidad que del conocimiento. Lo seguro es que lo extraño en una narración de este tipo no puede ser explicado como un simple misterio o anomalía, ni comprendido por la razón o la lógica dentro ni fuera del texto. Ocurre a menudo que lo fantástico puede confundirse con fenómenos paranormales que sin duda existen en la realidad y a veces tienen una explicación aceptable; o bien con la incursión de lo absurdo, lo onírico o lo surreal, que en no pocas ocasiones son también formas extrañas de ser o de comportarse de la identidad misma, pero parte de la realidad al fin y al cabo, y por tanto no son hechos “fantásticos”.
Lo que sí suele ocurrir es que de pronto, dentro del flujo de la narración, se entrometa una suerte de quiebre, de ruptura imprevista que no es simple truco: irrumpe sin explicación en la realidad de tal forma que ésta ya nunca pueda ser la misma. Y casi siempre sucede hacia el final de la historia, mediante un procedimiento que a veces se denomina “vuelta de tuerca”, y que otras representa una revelación insólita o súbita “epifanía” que todo lo trastoca. Lo otro que habría que señalar es que a menudo lo fantástico es de tal naturaleza irruptiva y a veces de carácter amenazador, que al mismo tiempo constituye una auténtica cala en los abismos insondables del horror.
Aunque siempre ha habido de una forma u otra presencia fantástica en la literatura universal, resulta innegable que el origen de este tipo de narrativa, se remonta formalmente a la literatura gótica de los siglos XVIII y XIX y, en otro sentido, al surrealismo francés a inicios del Siglo XX; y tangencialmente a cierto tipo de ciencia-ficción en autores como: Julio Verne (1828-1905); HG. Wells (1866-1946); Ray Bradbury 1920-2012); Isaac Asimov (1920-1992) y Stanislaw Lem (1921-2006). Pero sin duda el padre de la literatura moderna fantástica –la de terror y la de tipo policíaco– es el célebre poeta y cuentista norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849); también viene del menos conocido periodista y cuentista Ambrose Bierce (1842-1914), así como de H.P. Lovecraft (1890-1937). Y sin duda el más célebre y talentoso autor contemporáneo de ficción fantástica es el norteamerocano Stephen King (1947), autor de una gran cantidad de novelas, muchas llevadas con éxito al cine, como: “Carrie” (1974) y “El resplandor” (1977).
En América Latina, el heredero más inmediato de Poe es el uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937); también otro uruguayo, Felisberto Hernández (1902-1964); además de los argentinos Leopoldo Lugones (1874-1938), Jorge Luis Borges (1899-1986) y Julio Cortázar (1914-1984). En México los precursores del cuento fantástico fueron Francisco Tario (1911-1977), Juan José Arreola (1918-2001); Amparo Dávila (1928-2020); Elena Garro (1916-1998); Guadalupe Dueñas (1910-2002); Carlos Fuentes (1928-2012); sobre todo en su excepcional novela corta “Aura” (1962); y más recientemente Alberto Chimal (1970).
Aprovecho para consignar ciertos cuentos fantásticos que habría que leer de Quiroga: “El almohadón de plumas” y “La miel silvestre”; de Borges: “Las ruinas circulares”, “El jardín de los senderos que se bifurcan”, “El milagro secreto”, “El inmortal” y “El Aleph”; y de Cortázar: “Axolotl”, “La noche boca arriba”, “Continuidad de los parques”, “Lejana”, “La isla al mediodía”; de Lugones sus libros: “Las fuerzas extrañas” (1906) y “Cuentos fatales” (1924); Además, la amplísima “Antología de la literatura fantástica” (1977), de Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo.
Si lo inverosímil puede explicarse o justificarse –pesadilla, alucinación, el producto de una droga o de un estado extremo de delirium tremens, un ataque de pánico, o la particular imaginación pródiga en inventar fantasías propia de un determinado personaje–, no debe considerarse como de naturaleza fantástica. Los asuntos que más ocupan los mejores cuentos fantásticos: el tiempo, la muerte, la memoria, los sueños, los poderes de la imaginación, las metamorfosis, la coexistencia de planos de realidad, los fantasmas y el horror.