• 03/09/2022 00:00

Nada como los físico sobre el periódico y los libros

Para los escolares de los noventa, Internet fue un momento de inflexión. Siendo todavía adolescente y sin computadora en casa, mi cita obligada para las tareas escolares era la biblioteca.

Para los escolares de los noventa, Internet fue un momento de inflexión. Siendo todavía adolescente y sin computadora en casa, mi cita obligada para las tareas escolares era la biblioteca. No fue hasta la universidad que tuve la oportunidad de aprovechar la red en mi formación académica. Dado que solo accedía a ella en los internets cafés, mi mente estallaba al pensar en cuánto conocimiento podían adquirir los que contaban con Internet en casa. Los imaginaba leyendo cientos de revistas y páginas interactivas. Me intimidaba pensar en la ventaja competitiva que las nuevas generaciones tendrían gracias al acceso a la red: mejor redacción, un vasto conocimiento general, dominio del inglés y pensamiento crítico.

Es costoso producir información, pero la gente ya no la valora. Vayamos al mueble de los periódicos en papel: los que más se venden son los de sensacionalismo, y los de mejor trayectoria ahora cuestan más y están famélicos. Las noticias ahora dependen de sus redes sociales, y las personas se vuelcan a transmisiones de periodistas, como el que escucha a un tío que lo conforta y se hace eco de su hartazgo, más que a programas de análisis. Las televisoras suelen invitar a las mismas unidades para cada tema, creando una peligrosa inclinación subjetiva. En el afán de audiencia, los medios pasan más tiempo publicando banalidades virales y cediendo espacios de aprobación excesivos a gente que simplemente vive su vida.

Los libros tampoco se salvan. Muchos gastan en el libro de moda, pero así como importa lo que comes, importa lo que se lee. Ahora es normal encontrarlos en formato descargable, compartirlos y creerse la mentira de que será consumido con la misma dedicación que en físico, y los de papel quedan en redes sociales, más que en el disco duro mental. Incluso educadores, quizás con las mejores intenciones, caímos en esta práctica sin pensar en el daño infligido.

Una generación entera ha crecido con la idea de que el periódico y los libros no valen nada, que hay libros para ricos y libros para pobres, y que es normal piratearlos afectando a todo el rubro editorial con la excusa de “yo lo leo por Internet”, sin entender el daño que esta práctica hace a la comunidad investigativa y científica. Un dispositivo costoso y contaminante que, en su mayoría, se usa para cháchara y 'binge watching', es la excusa para devaluar la información y sus formatos.

Como predijo Nicholas Carr en The Shallows, la lectura de noticias en Internet es saltatoria, sin profundizar ni detenerse en ningún tema. Google ahora dicta una lista de 'trending topics' antes de la búsqueda, aparte de distraernos con contenido propio de Google para que no salgamos a otras páginas y lo peor, arroja preguntas cortas con respuesta de credibilidad cuestionable. La autopista de la información ahora quiere que vayamos al mismo destino: la ignorancia.

Si tanto nos disgusta que un libro sea costoso, o que un periódico exija pagar por acceso a su página, recordemos que crear información cuesta. No es una tarea que cualquier pelagatos pueda hacer, con contenido pre-digerido y con afán de congraciarse con el vulgo. Si queremos fomentar una mentalidad abierta, reflexiva y elevar el nivel de cultura general, necesitamos devolverle a la información el valor que una vez tuvo. Por hegemónico y conveniente que parezca el reinado de la gratuidad en redes sociales, recordemos que cuando no pagamos por el producto, somos el producto.

Docente universitaria
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