En Cúcuta, principal paso fronterizo entre Colombia y Venezuela, la tensión por el despliegue militar de Estados Unidos en aguas del mar Caribe parece...
Dicen que el futuro siempre llega, pero rara vez lo hace del modo que esperamos. En tiempos antiguos, cuando la incertidumbre pesaba como plomo, los griegos consultaban a mujeres que hablaban con los dioses: las sibilas. Yo he hecho lo mismo. He invocado a la sibila délfica para que me hable del porvenir de la economía panameña. No arrojó humo ni serpientes... solo palabras: “Queridos panameños, sé que buscan saber lo que vendrá, pero antes debemos mirar lo que fue”.
Y comenzó su recuento. De 1990 a 1999, dijo, Guillermo Ford y Pérez Balladares privatizaron empresas estatales y abrieron las compuertas del libre mercado. Panamá entró en la Organización Mundial del Comercio, y ese fue su trofeo. De 2004 a 2009, Martín Torrijos convocó el referéndum para ampliar el Canal. El 76 % del pueblo dijo sí, y el país afianzó su competitividad como ruta global. Ese fue su trofeo.
Entre 2009 y 2014, Ricardo Martinelli logró para Panamá el grado de inversión. Asesorado por Alberto Vallarino y por McKinsey, una de las consultoras más influyentes del planeta, atrajo $18,000 millones. En cinco años, el PIB creció un 8 % anual y el desempleo cayó por debajo del 4 %. Quien perdía el trabajo hallaba otro en menos de un mes. Fue el tiempo del chen chen, cuando el dinero alcanzaba y sobraba. Ese, dijo la sibila, fue su trofeo.
Pero el ciclo cambió. De 2014 a 2019, Juan Carlos Varela prefirió la política del lawfare, usando los tribunales como armas contra sus adversarios. Detuvo las obras de su antecesor y paralizó la economía. Los rencores fueron su trofeo.
De 2019 a 2024, con Cortizo, llegaron los golpes. Primero, la deuda se duplicó, de 26,000 a 52,000 millones, con la pandemia como excusa. Luego, el cierre abrupto de la mina en diciembre de 2023 dejó al país tambaleándose. Que el PRD obtuviera apenas el 6 % de los votos en 2024 fue su trofeo.
“Ya hemos revisado el pasado”, continuó la sibila, “ahora escuchen lo que viene”.
La Autoridad del Canal de Panamá planea proyectos colosales: Río Indio por 1,500 millones; los puertos de Corozal y Telfers por 2,600 millones; el gasoducto, entre 4,000 y 8,000 millones.
Además, el presupuesto estatal para 2026 añade 11,000 millones en inversiones a lo anterior, que incluyen el cuarto puente, la Línea 3 del Metro y el primer tramo del tren. En total, son entre 20,000 y 24,000 millones en los próximos siete u ocho años. Mucho dinero...
Leídas por un inversionista, estas cifras inspiran entusiasmo; leídas por un albañil o una empleada doméstica, provocan cansancio porque la gente común, la que hace cuentas con cuaras y esperanza, no confía en promesas. No quieren cifras, sino soluciones a pesadillas diarias: los tranques infernales, el agua incierta, las calles peligrosas, la basura sin recoger y hospitales sin médicos ni medicinas...
El desempleo, tras el cierre de la mina en 2023 y el de Chiquita en mayo de 2025, subió del 7 % al 10 % en apenas dieciocho meses de gestión del presidente Mulino.
La sibila, sin embargo, no habla solo de sombras. “Las inversiones del Canal y del gobierno central abren el camino hacia el crecimiento. Pero advierte: ‘Crecer no basta si el país se parte en dos. Debe reducirse la desigualdad, mejorarse la recaudación y elevar el salario mínimo. Esas son las tareas pendientes para alcanzar el desarrollo verdadero. La otra, más urgente, es rescatar la educación, ya que mientras siga precaria no habrá ascenso posible’”.
Sobre el salario mínimo, ella fue tajante: “Es falso que su aumento provoque despidos. Por el contrario, eleva el consumo y mueve la economía”. Y sobre los impuestos añadió: “En Panamá la recaudación oscila entre el 10 % y el 12 % del PIB, mientras el promedio latinoamericano ronda el 22 %. En la brecha está la fuga”.
Interrumpido su trance, guardó silencio. El aire olía a incienso y números gigantes. Así dijo su última frase, más un consejo que una profecía: “Panameños, miren hacia el Instituto de Planificación del MEF. Los países que planifican prosperan; no sustituyen la oferta ni la demanda, sino que las guían, coordinan recursos y trazan caminos donde otros solo ven azar. Si hay visión y constancia, el futuro será lo que ustedes decidan hacer de él”.
Se desvaneció sin dejar oráculos ni enigmas imposibles. Solo la advertencia clara de que la economía no es guiada por dioses, sino por las decisiones de los hombres.