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- 16/06/2025 00:00
Por una gestión educativa democratizadora sin exclusiones

La prolongada paralización de clases en Panamá, que ya cumple varias semanas, revela de manera contundente las tensiones acumuladas entre los gremios magisteriales y el gobierno nacional. En este escenario, es fundamental reflexionar críticamente sobre la educación en el contexto de la globalización y el desarrollo de nuestra región. Más allá del conflicto inmediato, debemos mirar hacia una educación que realmente responda a las necesidades actuales de dentro del espacio social de la región, construyendo puentes para el diálogo y el compromiso.
La globalización ha transformado profundamente las dinámicas sociales, económicas y educativas en todo el mundo, y América Latina no es la excepción. Sin embargo, para países como Panamá y otros de la región, la influencia de la de este fenómeno en la educación plantea tanto oportunidades valiosas como retos significativos que demandan una reflexión crítica y propuestas concretas.
Es innegable que se ha abierto las puertas a una conexión sin precedentes, facilitando el acceso inmediato a información, recursos y redes educativas internacionales. Esto es particularmente relevante en un mundo cada vez más interdependiente, donde la movilidad laboral transnacional exige una preparación formativa amplia y adaptable. No obstante, en América Latina persiste una contradicción fundamental: mientras existe un discurso global que promueve la educación universal, inclusiva y de calidad, la realidad regional muestra profundas desigualdades estructurales que limitan el acceso y la cobertura educativa.
En Panamá y sus países vecinos, la brecha digital sigue siendo un obstáculo crucial. El acceso dispar a las tecnologías de la información y comunicación (TICs) limita la participación de estudiantes y docentes en procesos educativos globalizados. Esta brecha potencia la exclusión de comunidades rurales, indígenas y sectores vulnerables, ampliando la brecha socioeconómica bajo la sombra de la supuesta universalización educativa.
Además, la fuerte tendencia hacia la privatización y mercantilización de la educación, asociada a la globalización, puede profundizar las inequidades existentes. La educación se convierte entonces en un bien de consumo más que en un derecho social, dificultando que muchos logren una formación pertinente y de calidad. Para superar este desafío, las políticas públicas deben priorizar la inversión real en educación pública, garantizando condiciones óptimas para la formación docente y la infraestructura física y tecnológica necesaria.
Un aspecto positivo y que debe potenciarse es la inclusión de saberes ancestrales y locales en los currículos, como ocurre en algunos países de América Latina. La globalización no debe homogeneizar ni desarraigar identidades culturales, sino más bien enriquecer una educación intercultural y bilingüe que respete y dialogue con la diversidad cultural, algo vital en Panamá dada su gran riqueza étnica.
Por otra parte, la educación globalizada debe promover habilidades críticas, creativas y éticas para que los estudiantes no solo se adapten al mercado laboral internacional, sino que también contribuyan a la transformación social y ambiental sostenible. Enfrentar desafíos globales como el cambio climático, la desigualdad y la defensa de los derechos humanos debe ser parte esencial de esta formación.
En definitiva, América Latina y Panamá están en un momento crucial para reimaginar la educación en clave global, pero desde una perspectiva que atienda sus realidades particulares. La educación debe emancipar y empoderar, cerrando brechas antes que ampliarlas, integrando tecnologías sin dejar atrás a los más vulnerables, y valorando los saberes propios en diálogo con el mundo. Solo así, la globalización podrá ser una fuerza democratizadora y no excluyente.