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Con la especie de paranoia de algunos católicos conservadores y arcaicos, no nos debe extrañar que empiecen a señalar que el nuevo pontífice, León XIV, es comunista, tal como irreverentemente lo hicieron con el papa Francisco, cuyo testimonio dio ejemplo de una Iglesia nueva y renovada al servicio de los pobres.
La manera de como Robert Prevost escoge su nombre papal tuvo un significado especial. Su antecesor, León XIII, jugó un rol importantísimo en el ajuste del pensamiento cristiano a los grandes retos que el mundo enfrentaba a finales del siglo XIX. El mundo se transformaba y León XIII decidió poner a la Iglesia católica en el centro de la solución que acorralaba a la sociedad. Muchos lo criticaron argumentando porque ello no era el rol que la Iglesia debía jugar, al restringirla únicamente a lo espiritual y a los templos.
Dos corrientes se batían en el espectro social de la época con que se daba fin al feudalismo y al trabajo agrario con lo que la gran mayoría lograba su sustento diario. Por un lado, estaban los impulsados por el marxismo, donde se negaba la existencia de Dios y se promovía la lucha de clases para que el proletariado accediese el poder, desconociendo al Estado tradicional. Decía Carlos Marx que la religión era el opio del pueblo y que el capital debía ser eliminado, siendo los trabajadores los dueños de todo como verdaderos generadores de riqueza.
Del otro lado se ubicaban quienes vieron la revolución industrial como la oportunidad de establecer el poder del capital sobre el trabajo a cualquier precio, porque el dinero era el responsable de mover todo dentro de una sociedad. Allí emergían las máquinas, creándose un capitalismo salvaje donde el hombre era un simple objeto, solo un vehículo para promover riquezas, importando poco cuantas horas trabajaba al día, si tenía acceso a un salario digno, o si tenías 10 o 12 años para integrar la fuerza laboral y, no se diga, si eras mujer.
Lo planteado por León XIII se desarrolló el 15 de mayo de 1891 en su encíclica Rerum novarum (De las cosas nuevas, en español). El papa recordó allí que los ricos y los patrones no deben considerar al obrero como una cosa; que deben respetar la dignidad de la persona y la nobleza que a esa persona agrega el carácter cristiano que tiene, como hijos de Dios que somos. León XIII sostuvo que no debe dársele a nadie más trabajo de lo que sus fuerzas resistan, ni de una clase que no esté conforme con su edad y su sexo, otorgando a cada trabajador lo que sea justo para que pueda tener una vida digna.
La guía eclesiástica del momento promovía encontrar un término medio entre el comunismo utópico, que se apoderaba de la clase trabajadora en Europa, y los excesos del liberalismo exagerado, considerando que el único rol que cumplía un trabajador era el de ser generador de riqueza, ignorando la condición humana de quien lo prestara.
La doctrina social de la Iglesia y la ética protestante de países como Alemania, Holanda y Bélgica dan inicio a principios del siglo XX a los movimientos demócratas cristianos en el mundo, claves en el desarrollo europeo de la postguerra tanto en Alemania, Italia y otros países europeos. Se extiende dicho pensamiento a América Latina tanto en Chile, como Venezuela y América Central.
Recuerdo que, a los demócratas cristianos panameños, luego de su fundación en 1960, nos llamaban el partido de la sandía: verdes por fuera, rojos por dentro. En ese tiempo hablar de justicia social, respeto a la dignidad humana, tal como increíblemente todavía existe hoy, equivalía a que nos dijeran comunistas disfrazados, cuando en las calles, sobre todo en los movimientos universitarios, éramos los únicos que enfrentáramos a los violentos marxistas, al ser portadores de la ideología temida por ellos.
El mundo en el que hoy León XIV le toca dirigir la Iglesia, mucho más complejo tras más de siglo y medio de León XIII, requiere se siga la línea de trabajo impuesta por su antecesor Francisco: respeto a la dignidad del hombre, al migrante, al homosexual, a la mujer, al pobre, a la juventud, a los niños, al medio ambiente. Respeto a la libertad y a los valores que debe tener una democracia.
De seguro que habrán los que le digan comunista al nuevo papa, quien de seguro seguirá el camino de cambio y respeto humano que propugnan los Santos Evangelios y que tanto dio que hablar el pontificado de Francisco.