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- 17/02/2018 01:03
Religiosidad popular y religiosidad VIP
En la década de los años sesenta del siglo XX, la Iglesia bautista estadounidense, liderizada por el Dr. Martin Luther King, y la Iglesia católica latinoamericana, liderada por sus obispos —con el papa actual incluido— se manifestaron en favor de valorar y respetar las prácticas de culto que se han conocido como ‘religiosidad popular'. Mismas, caracterizadas por una escasa adhesión a la organización eclesial, creencias fetichistas, frecuentemente utilitaristas y a fin de cuentas, reveladoras de incomprensión frente a lo que significa Cristo y su misterio de liberación-salvación.
Esta posición eclesial que hoy es compatible con una ‘bioética intercultural' —en tanto que invita a no condenar a priori lo que se hace, piensa o se siente, distinto a lo que en mi grupo se hace, piensa o se siente; que invita a encontrar valores en tales prácticas o creencias diferentes a las de mi agrupación, etnia, o clase social— no ha sido asumida aún por las distintas feligresías que califican tales prácticas como más supersticiosas que religiosas.
Por ejemplo, no pocas veces, estos ‘fieles cristianos' han hecho mención a través de medios de comunicación de esa idea despectiva, manifestando que los devotos del Cristo negro de Portobelo incurren en sacrificios y ofrendas, con tal que les vaya bien en sus ‘robos' el resto del año. Con lo cual etiquetan a tales fieles como delincuentes. A la postre, terminan ‘tirando la primera piedra' con lo que dejan de estar ‘libres de pecado'.
En otros escenarios, observamos que integrantes de las clases adineradas (estratos medios altos y altos) no se mezclan en los cultos con los de las clases empobrecidas —excepto para propósitos de figuración política— para eso, o bien tienen sus propios templos a los que acuden o, en el caso de ciertas congregaciones evangélicas, organizan rituales exclusivos en sitios selectivos, en ambos casos, parecieran practicar una especie de ‘Religiosidad VIP'. ¿Y en qué se diferencia de la religiosidad popular que tanto desdeñan estos grupos sociales con identidades culturales más colonialistas que cristianas?
El episcopado católico latinoamericano (Medellín, 1968 y Puebla, 1979) ha afirmado que en la lógica de la religiosidad popular, hay mayores probabilidades de actuar cercano al misterio cristiano, por no incurrir en pretensiones racionalistas y es esto uno de los valores destacados por estos obispos. En esto, marcaría una diferencia con los devotos de la religiosidad VIP, muy dados a reproducir una de las conductas censuradas por el papa Francisco en la homilía de la misa del último miércoles de ceniza, a saber, la de la actitud altanera ante la cual el cristiano debe detenerse, mirar (la necesidad del hermano) y volver (arrepentirse y cambiar).
Respecto de la actitud utilitarista, no hay diferencia sustancial de los que practican la religiosidad VIP con las de la religiosidad popular. Estos, esperan que Dios les resuelva su problema de escasez material comprando lotería, entendiendo que este sería el medio por el cual se daría la respuesta divina. Por su parte, los primeros ganan legitimidad social, cuando no política, que permite acrecentar sus patrimonios familiares o de clanes, en la medida que la institucionalidad religiosa reproduzca cualquier tipo de creencias y prácticas que distraigan a la población creyente de cuestionar las formas de hacer riquezas y producir poder real en nuestra sociedad.
Ellos, no encontrarían utilidad en la religión, si en sus ‘guetos de cultos VIP' los pastores y los curas les predicaran como lo hizo uno de los celebrantes de las misas católicas del primer día de Cuaresma en Atalaya, al afirmar que la limosna equivale a solidaridad, llegando a decir que ‘cristiano que no comparte con el prójimo es un verdadero ladrón'. Un predicador como este no encajaría entre los devotos de la religiosidad VIP, porque comprometería a quienes de ellos fomentan y han impulsado empresas y leyes antisolidarias —privatizaciones de servicios públicos, particularmente de agua potable, educación, jubilaciones y salud— a dar el tercer paso del que habló el papa Francisco ese mismo día desde Roma: ‘Volver' y arrepentirse del egoísmo (del mercado).
Así, si se estima que la religiosidad popular es un freno para la consolidación de las iglesias —cristianas o no—, la religiosidad tipo VIP, también lo es. El desarrollo de una sociedad con hombres y mujeres ejerciendo su auténtica dignidad, pasa por la superación de ambas expresiones de religiosidad.
SOCIÓLOGO Y DOCENTE UNIVERSITARIO.