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- 03/10/2025 00:00
¿Desaparecerá la Biblioteca Nacional por falta de fondos?
Los actuales directivos y empleados de nuestra Biblioteca Nacional “Ernesto J. Castillero R.” tienen el alma en vilo. Y no es para menos. Todo parece indicar que próximamente, tan pronto como enero de 2026, se habrán extinguido los fondos que hasta el momento le han venido permitiendo a tan importante entidad cultural una existencia decorosa mediante la cual han estado funcionando con admirable profesionalismo en beneficio de nuestro país. Según se ha sabido recientemente, sus empleados están convencidos de que serán liquidados y que las instalaciones de la biblioteca serán transferidas al Ministerio de Cultura, no se sabe bien si para administrarla por su cuenta de ahora en adelante o si para clausurarla. En cualquiera de los dos casos: una pésima noticia para la cultura panameña.
Independientemente de la supuesta falta súbita de fondos para que continúe funcionando con la eficiencia indudable con que lo ha hecho hasta ahora –lo cual es lo primero que deberá aclararse cuanto antes–, la probada experticia que por tantos años han venido mostrando en diversas funciones sus empleados no es posible sustituirla de la noche a la mañana. Y entonces: ¿para qué diablos anular, de golpe y porrazo, al actual personal de la Biblioteca? Porque, ¿de dónde habrá de sacar el Ministerio de Cultura la amplia gama de bibliotecólogos capaces de manejar eficientemente las múltiples funciones que hoy realizan quienes estudiaron esa profesión y la ejercen con pericia?
Suficiente improvisación y mañosos juega-vivos existen ya en Panamá con la existencia de todo tipo de “botellas” en diversas entidades públicas, incluida –como es requete-sabido–, nuestra nada venerable Asamblea Nacional de Diputados, para añadirle ahora una carga más a costa de los numerosos usuarios de la biblioteca. Además, para manejar los gastos tanto de mantenimiento de sus instalaciones actuales como los sueldos de los empleados, el Ministerio de Cultura tendría que lograr que el gobierno creara, de inmediato, una nueva partida anual suficiente para ese doble fin, lo cual sin duda representa un absurdo círculo vicioso, ya que según parece el problema se origina precisamente en esa súbita merma de fondos que, por lo visto, no se vio venir (confieso que ignoro de dónde salen los fondos que hasta ahora mantienen a flote a la biblioteca).
Para quienes no conocen la historia de la Biblioteca Nacional “Ernesto J. Castillero R.”, me parece indispensable hacer aquí un añadido informativo. Esta hermosa y muy eficiente biblioteca nacional no surge de la noche a la mañana, ni tampoco está sostenida por un longevo soplo de aire de algún advenedizo mago de feria. Las diversas etapas por las que ha pasado implican una lógica evolución de menos a más, hasta llegar a la admirable institución con amplio y cómodo edificio propio en medio del Parque Omar. El recuento de múltiples vetas de nuestra historia patria yacen en los numerosos materiales que ahí se pueden consultar “in situ”, con los mínimos cuidados requeridos; siempre al servicio de investigadores, profesores, estudiantes y público en general de todo el país, pero también de investigadores de otras latitudes.
Nuestra principal biblioteca tiene sus orígenes en el decreto 238 de 31 de enero de 1911 del presidente Belisario Porras y abrió sus puertas al público el 11 de julio de ese año en un local situado entre las calles 5ª y 6ª, aunque su creación no sería formalizada como tal hasta 1942 bajo la administración del presidente Arnulfo Arias Madrid, quien asignó a la institución un espacio en el edificio del Banco Nacional. Originalmente fue concebida para promover la economía del país, especialmente la agricultura y la ganadería, y ha evolucionado hasta convertirse en el eje del sistema bibliotecario nacional que es hoy. De nueva cuenta habrían de inaugurarla como biblioteca nacional ampliada, el presidente Ricardo Adolfo De La Guardia y su inmediato colaborador, el Dr. Víctor Florencio Goytía, ministro de Educación.
Sin embargo, no sería hasta el 24 de septiembre de 1987, que se trasladaría a un nuevo edificio, de cinco mil metros cuadrados distribuidos en cuatro niveles, ubicado en el Parque Omar Torrijos, en la avenida Belisario Porras. Su primer director formal ahí sería el Prof. Ernesto J. Castillero R., a quien correspondió iniciar su organización; colaboraron en esta tarea el subdirector Lic. Galileo Patiño y el historiador Manuel María Alba C., quien dedicó grandes esfuerzos al arreglo de las colecciones de periódicos.
En síntesis, se trata de un patrimonio fundamental de la nación, que representa uno de nuestros más queridos punteros culturales, y que por tanto es necesario defender tanto su integridad como la continuidad de su existencia, en las mejores condiciones posibles. Pero sobre todo, frente a la improvisación y la mediocridad de quienes no estén dotados para apreciar los méritos de su existencia ni dispuestos a defenderla en beneficio del país.