• 04/10/2025 00:00

El 3 de octubre y la memoria pendiente

Hoy, no se trata de reclamar venganza ni compensación. La justicia verdadera está en el terreno de la memoria histórica: reconocer que aquellos oficiales no fueron golpistas en busca de poder, sino militares institucionales que entregaron su vida en nombre de la ley, la patria y la democracia

Hace 36 años, un grupo de oficiales panameños encabezados por el mayor Moisés Giroldi tomó una decisión que marcó un antes y un después en nuestra historia. El movimiento del 3 de octubre de 1989, conocido como “corrección institucional”, no fue obra de un solo hombre: fue la expresión de un grupo de mandos medios que, unidos por un mismo ideal, buscaron rescatar la institucionalidad perdida y abrirle al país una oportunidad de reconciliación.

La base de esa acción se encontraba en la Ley 20 de 1983, que establecía la obligatoriedad del retiro de los oficiales con más de 25 años de servicio. Esa norma era un resguardo contra la concentración de poder en manos de unos pocos y un mecanismo para garantizar la renovación de la Fuerza de Defensa. El incumplimiento de la ley era, para muchos de esos militares, una traición al espíritu de la institución.

La Proclama del 3 de octubre lo dijo con claridad: este movimiento no era político ni extranjero, sino netamente castrense. Pedía elecciones supervisadas por la OEA, reconciliación entre panameños y la recuperación del prestigio castrense. Al lado del Teniente Coronel Moisés Giroldi firmaron capitanes y oficiales que compartían ese compromiso:

- Capitán Jorge Bonilla Arboleda

- Mayor Juan Arza Aguilera

- Mayor León Tejada González

- Mayor Edgardo Sandoval Alba

- Mayor Eric Murillo Echevers

- Mayor Nicasio Lorenzo Tuñón

- Teniente Francisco Concepción

- Teniente Ismael Ortega Caraballo

- Subteniente Feliciano Muñoz Vega

- Subteniente Deoclides Julio - (y otros compañeros de armas que sabían que lo que estaba en juego era más grande que sus vidas).

La historia registra que todos ellos fueron sometidos a torturas y ejecuciones. El sacrificio fue colectivo, y en ese sacrificio se sintetiza la lección pendiente: hubo militares dispuestos a arriesgarlo todo por cumplir con la ley y devolverle al país el rumbo democrático. Incluso, el Senado de los Estados Unidos, en sus investigaciones posteriores, dejó constancia de que estaba al tanto de la insurrección y de los contactos con oficiales panameños que buscaban restaurar la democracia.

Sin embargo, la falta de respaldo externo y las divisiones internas dejaron a esos hombres aislados frente a un poder decidido a sofocar cualquier disidencia. Hoy, no se trata de reclamar venganza ni compensación. La justicia verdadera está en el terreno de la memoria histórica: reconocer que aquellos oficiales no fueron golpistas en busca de poder, sino militares institucionales que entregaron su vida en nombre de la ley, la patria y la democracia

Hasta ahora, ese sacrificio ha recibido apenas un reconocimiento parcial: un monolito con sus nombres y, en el caso de Moisés Giroldi, una carretera que honra su memoria. Son gestos valiosos, pero todavía insuficientes. Panamá tiene la responsabilidad de incluir al 3 de octubre y a todos sus protagonistas en los libros de historia, no como una nota al pie, sino como un capítulo que explique con justicia y equilibrio cómo se intentó abrir un camino diferente antes de la invasión.

En un momento donde la ciudadanía clama por transparencia, seguridad y respeto a las instituciones, recordar el 3 de octubre es más que un homenaje: es un espejo. Es reconocer que hubo panameños, con uniforme y con convicción, que arriesgaron lo más valioso para que la nación pudiera reencontrarse con la democracia.

La deuda pendiente con Giroldi y con todos sus compañeros es esa: que sus nombres y sus ideales vivan más allá de placas y carreteras, y se conviertan en parte de la memoria oficial de Panamá.

Todo por la patria.

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