José Jerí Oré, prometió en su primer discurso en el cargo empezar a construir las bases de la reconciliación del país, que atraviesa “una crisis constante...

Le dedico esta columna a reflexionar sobre el significado para nuestro país de la primera exhortación apostólica del Papa León XIV, en la cual el Papa denuncia la economía que mata, la falta de equidad, la violencia contra las mujeres, la desnutrición y la emergencia educativa.
Tiene un significado trascendental para los panameños -que la mayoría somos católicos- pues, para comenzar, la equidad en Panamá es un desafío que se manifiesta en brechas económicas, sociales y de género. Aquí, la pobreza general y la pobreza extrema son realidades significativas, afectando la primera el 22% de la población, mientras el 10% padece de pobreza extrema.
Adicionalmente, la pobreza es significativamente mayor en las zonas rurales y las comarcas indígenas (que llegan a un 39.6% y hasta un 76% respectivamente) en comparación con las zonas urbanas (11.4%).
Por otro lado, en Panamá, la violencia contra las mujeres sigue siendo una grave y persistente violación de los derechos humanos. A pesar de los avances normativos y la existencia de instituciones especializadas, los índices de violencia doméstica, sexual y feminicida continúan siendo alarmantes. De hecho, reportamos la triste cifra de 112 femicidios en los últimos cinco años.
La desnutrición también representa un desafío persistente para la equidad y el desarrollo humano en nuestro país, particularmente en las regiones más vulnerables. Aunque los promedios nacionales muestran avances en la reducción de la pobreza y la mejora del acceso a los alimentos, las brechas territoriales y sociales son profundas. En las comarcas indígenas y zonas rurales, los índices de desnutrición crónica infantil superan ampliamente el promedio nacional, reflejando desigualdades estructurales en el acceso a agua potable, saneamiento, atención primaria en salud y educación nutricional. Esta situación no solo afecta el crecimiento físico y cognitivo de miles de niños, sino que perpetúa el ciclo intergeneracional de pobreza y exclusión.
Finalmente, la educación en Panamá enfrenta una crisis estructural que limita las oportunidades de desarrollo y profundiza las desigualdades sociales. Aunque el país destina una parte importante de su presupuesto al sector educativo, los resultados en calidad, equidad y pertinencia siguen siendo preocupantes. Las brechas entre zonas urbanas y rurales, y especialmente con las comarcas indígenas, son marcadas: miles de niños y jóvenes abandonan la escuela por falta de recursos, infraestructura inadecuada o ausencia de docentes capacitados. Los bajos niveles de rendimiento en lectura, matemáticas y ciencias, evidenciados por evaluaciones nacionales e internacionales, reflejan un sistema que no logra responder a las exigencias del siglo XXI.
En este contexto, es evidente que la denuncia de Su Santidad nos viene como anillo al dedo a los panameños, y nos obliga a preguntarnos ¿qué podría significar Dilexi Te para Panamá? Tanto para la Iglesia, como para el gobierno y la ciudadanía en general.
Aunque la exhortación apostólica Dilexi Te tiene un alcance universal, su eco en Panamá adquiere matices propios. Puede inspirar a la Iglesia católica panameña a renovar su compromiso pastoral con los pobres y marginados, revisar sus estructuras para asegurar una auténtica inclusión y ejercer una voz profética ante las desigualdades sociales. También impulsa una transformación cultural que cuestione el culto al éxito y al estatus, fortaleciendo la solidaridad con migrantes y comunidades vulnerables. En sintonía con el pensamiento social latinoamericano, Dilexi Te ofrece a la Iglesia en Panamá una oportunidad de conversión pastoral y de unidad continental.
Por su parte, si el gobierno panameño asumiera el mensaje de Dilexi Te, podrían surgir políticas públicas más centradas en los pobres, con programas sólidos de apoyo social y desarrollo humano. También se abriría espacio para una cooperación más estrecha entre Estado e Iglesia en áreas como alimentación, vivienda, salud y atención a migrantes. La exhortación podría además incentivar reformas en favor de la transparencia, la justicia y la equidad fiscal. En las comarcas indígenas y zonas rurales, inspiraría una acción más decidida por la inclusión y los derechos culturales. Finalmente, promovería una educación cívica basada en solidaridad, servicio y justicia social.
Finalmente, Dilexi Te puede convertirse en un llamado a la conversión práctica de los católicos panameños, invitándolos a vivir una fe más comprometida con la justicia y la solidaridad. No se trata solo de gestos de caridad, sino de revisar los propios hábitos de consumo, prioridades y actitudes frente al prójimo. Puede motivar una participación más activa en la vida comunitaria, en el voluntariado y en la acción social organizada desde las parroquias. También impulsa una conciencia cívica más fuerte: votar con responsabilidad, exigir transparencia y alzar la voz frente a la desigualdad. En conjunto, promueve una fe madura, activa y socialmente transformadora.
En el fondo, Dilexi Te nos interpela a todos. No es un texto para los templos, sino para las calles, las escuelas y las instituciones. Nos recuerda que el amor cristiano se mide en justicia, equidad y respeto a la dignidad humana. Si Panamá logra traducir ese mensaje en políticas más humanas, en una Iglesia más cercana, y en ciudadanos más solidarios, esta exhortación no quedará en palabras: será el punto de partida de una renovación moral que nuestro país necesita con urgencia.