• 19/10/2025 00:00

Sobre el cambio climático, no todo está perdido

Piense en un mango. Piense en su tamaño y en su color. En febrero, por ejemplo, no es fácil encontrar un mango en el supermercado o la abarrotería local. Y si lo ves, lo más probable es que sea del tamaño de dos bolas de tenis, probablemente de color rojo con verde brillante y costarían mucho dinero. Probablemente no sea del mismo tipo de mangos que comían tus abuelos o bisabuelos hace apenas unas generaciones atrás. Antes eran más pequeños, de un amarillo intenso y que no existían todos los meses del año. Ciertamente, el cambio en la disponibilidad se debe en parte a la facilidad de las importaciones y a la prevalencia de los invernaderos en la actualidad. Y algunos de los otros cambios se deben a la ingeniería genética que crea mangos más resistentes y robustos.

Cuando se trata de cómo el cambio climático está afectando nuestros alimentos, existen impactos a corto, mediano y largo plazo. A corto plazo, la seguridad alimentaria es una gran preocupación cada vez que ocurre un fenómeno climático extremo en una zona. Si hay un incendio o una sequía, los cultivos pueden morir y los rendimientos disminuir. Las inundaciones o tormentas, junto con el aumento de las temperaturas, pueden crear las condiciones perfectas para que prosperen bacterias y hongos.

Sin embargo, en el mediano plazo las cosas se vuelven más intensas. Dado que la mayoría de las plantas evolucionaron en una época en la que había mucho más dióxido de carbono en el aire, están preparadas para acumular carbono del aire cuando esté disponible. Los gases de efecto invernadero en nuestra atmósfera significan que ahora hay un exceso de dióxido de carbono, lo que estimula la fotosíntesis y el crecimiento de esas plantas y al mismo tiempo cambia su composición química. Si bien esas plantas absorben más dióxido de carbono, todavía absorben las cantidades habituales de todos los demás nutrientes que obtienen del aire y el suelo, como nitrógeno, fósforo, magnesio y el resto. Todos esos otros elementos permanecen igual, dejándonos con una planta que tiene más carbono que antes y un desequilibrio en su nutrición, lo que afecta el funcionamiento de nuestro sistema inmunológico.

Y eso nos lleva al efecto a largo plazo: lo que la planta deja en el suelo para la próxima cosecha. A medida que estas nuevas plantas nutricionalmente desequilibradas se descomponen nuevamente en el suelo, la composición del suelo mismo cambia. Se trata de un proceso largo, ya que se necesitan cientos de años para producir suelo, pero ya está en marcha. La misma tierra en la que cultivamos nuestros alimentos está menos equipada para este trabajo que en el siglo pasado. No sólo los humanos se verán afectados, toda la vida se verá afectada.

Hay otros factores que pueden influir en la disminución de los nutrientes de una planta. En primer lugar, puede deberse al uso de ciertos fertilizantes, cuyo objetivo es un alto rendimiento. Luego hay que entender que la disminución de nutrientes es difícil de medir, aunque existen estudios que muestran que un aumento en el dióxido de carbono reduce los niveles de proteínas y otros macronutrientes en las plantas, independientemente del nivel en el que comenzaron. Si observamos el trigo y retrocedemos 150 años, vemos que el nitrógeno ha ido disminuyendo de forma constante. Y la pregunta, al menos para las abejas y otros polinizadores, es: ¿en qué punto se detiene? En Panamá, donde el arroz constituye el 65% de las calorías diarias, ¿qué pasa si el arroz cambia?

Las plantas son mucho más que una simple fuente de alimento. Son una fuente de medicinas y remedios, todo tipo de cosas que interactúan con el bienestar humano, desde el alcohol hasta el opio. Y todas esas cosas se verán afectadas por un aumento en los niveles de dióxido de carbono. Si los cambios de nutrientes inducidos por el clima afectan rubros como el arroz, es conveniente pensar en otros rubros como el maíz. El maíz tiene un metabolismo fotosintético diferente, lo que significa que puede soportar niveles más altos de carbono mucho mejor que el arroz, el trigo, la cebada, la lechuga o las papas.

A medida que nuestra atmósfera se vuelve más rica en carbono, no todo está perdido. Junto al maíz, las legumbres también ocupan una buena posición. Estas son plantas que tienen una relación simbiótica muy importante con las bacterias, donde las bacterias realmente fijan nitrógeno adicional. Y cuando les das más dióxido de carbono, estos carbohidratos alimentan a las bacterias, lo que, a su vez, aumenta la cantidad de nitrógeno que se adhiere. Si hay un lado positivo en esto, es que existen rubros alimenticios que pueden ser la respuesta en el futuro a garantizar la seguridad alimentaria y nutricional.

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