• 18/02/2014 01:00

De pachas, botellas y barriles

La administración de la cosa pública demanda responsabilidad, seriedad y honestidad. Justamente el tratamiento de los bienes públicos de...

La administración de la cosa pública demanda responsabilidad, seriedad y honestidad. Justamente el tratamiento de los bienes públicos debe ser muy fino, pues quien administra debe entender que el correcto manejo de ellos, está en íntima vinculación con las respuestas a la población.

Si la administración pública no se ejecuta sobre bases científicas, es obvio que las políticas en la dirección de movilizar eficientemente toda la estructura estatal entrará en una vía torcida.

La realización de las tareas burocráticas debe estar en manos de un recurso humano competente. No obstante, en el caso panameño se accede más a la gestión pública por el pago a favores políticos y menos por la preparación y la capacidad.

Una práctica, que pareciera común, es la de incorporar al sector público a funcionarios —si así se le puede llamar— en muchísimas ocasiones sin las pertinentes competencias y en ocasiones para ocupar cargos inexistentes en los organigramas de las instituciones.

Así se crea una interesante clase de funcionarios que, por su ubicación en la estructura laboral del Estado, adquirirá, por sus aparentes funciones, una categoría. A algunos los tipifican como asesores, técnicos, consejeros o ayudantes. O bien, se le inventan posiciones, para justificar sus salarios percibidos de manera fraudulenta y hasta inmoral.

Desde luego la denominación de los mismos se emparentará con el salario y la ‘ocupación’.

Si la retribución por la función no ejercida es de una jerarquía ínfima, es decir de una posición no relevante, cae en la categoría de ‘Pacha o Pachita’. Es este el funcionario que pasa mayormente inadvertido y el que muchas veces es justificado sobre la base de que se lo merece, pues si otros lo hacen, es decir, ‘los grandes’, se acepta que ocurra en estos niveles.

En la escala siguen las botellas. En esta categoría caben los situados en niveles intermedios, con salarios bien aceptables, sin un horario de trabajo establecido, con asistencia intermitente a las ‘labores’, sin funciones definidas y con poses de ‘excelentes funcionarios’. Son los que se precian de sus influencias con el poder y los que se hacen intocables. Están diseminados por toda la administración pública. Es tal vez la de mayor cantidad.

En el orden están los barriles. Estos se ubican en un nivel muy superior, casi inalcanzable, con sueldos astronómicos, posiciones rimbombantes y que pareciera ser la ‘aristocracia’ de la holgazanería. Reciben un tratamiento especial. Son altamente influyentes y en algunos casos son ellos mismos el poder.

Recientemente el presidente de la República caracterizó al vicepresidente como botellón. Fue secundado por el ministro de la Presidencia. Este hecho debe provocar una serena reflexión, pues si es cierto lo señalado y además si se maneja la estadística de su inexistencia a su trabajo, desde el 2011, cómo se explica que se hubiera mantenido un pago al funcionario, que pudiera estar en la línea de una lesión al patrimonio. Pero, además, cómo no se han interpuesto los recursos legales necesarios para la devolución de lo pagado y no trabajado, según afirman los funcionarios señalados. En esto hay niveles de complicidad y responsabilidad, tanto del que cobró como el que pagó.

Pareciera que la denuncia inoportuna es por una razón política y nada más. Si no es así, se debe actuar para recuperar dineros que son de todos.

DOCENTE UNIVERSITARIO.

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