• 19/02/2017 01:03

La ciencia para encontrar la verdad

Pero mientras todos los médicos están de acuerdo en la importancia de medir la calidad de la evidencia 

Y a es suficientemente malo que el conocimiento esté bajo ataques intensos de parte de personas inexpertas que rechazan la opinión de científicos y académicos, como para que ahora también seamos criticado desde otra dirección por parte del poder económico preocupado únicamente en salvaguardar sus propios intereses y negocios.

Consideremos la controversia sobre el daño que causan las sodas en la salud. En septiembre pasado, un informe ampliamente divulgado por la Organización Mundial de Salud sugirió que, contrario a los consejos de sus fabricantes, el establecer un impuesto a las sodas desincentiva su consumo. El informe se fundamenta en que la lucha contra la obesidad requiere más que buenas intenciones para revertir la tendencia actual de aumento de las enfermedades no transmisibles.

En respuesta al informe, la industria embotelladora reafirmó su mensaje de promover una dieta balanceada y hacer ejercicios físicos, descalificando la teoría detrás del conocimiento que el azúcar consumida en las cantidades presentes en las sodas degenera en diabetes tipo 2, obesidad, hipertensión y otros padecimientos crónicos. Con lo cual se crea una enorme confusión, porque muchas personas pudieran pensar erróneamente que la ciencia no ha dado todavía con la causa principal de estas enfermedades. Y la verdad es que esta confusión se explica por los conceptos erróneos que existen en la relación entre la investigación científica, la evidencia y la experiencia.

Con respecto al daño que causan las sodas a la salud, el argumento en contra del conocimiento citado por los científicos es la ausencia de ensayos aleatorios definitivos, el llamado estándar de oro para la investigación científica, debido a que este tipo de estudios son imposible de realizar y difíciles de implementar.

Por una parte, es improbable que una junta de revisión científica apruebe como ética un juicio en el que, por ejemplo, una muestra de personas sea alimentada conscientemente con una dieta que contenga sodas durante un período experimental de tres años. Sería poco ético realizar ensayos aleatorios sabiendo con auténtica certeza que la dieta puede ser dañina para la salud. Y por el otro, los nutricionistas y médicos saben de una gama de pruebas, incluyendo la experiencia clínica, que una dieta a base de sodas no funciona pero que es normal como parte de una dieta balanceada que incluya ejercicios físicos.

La confrontación entre los ensayos aleatorios y la opinión de expertos fue alimentada por el advenimiento en la década de 1990 del movimiento de la medicina basada en la evidencia, que colocó tales ensayos en una jerarquía científica superior a la opinión de expertos. El doctor David Sackett, padre del movimiento, escribió una vez que "el progreso hacia la verdad se ve afectado en presencia de un experto".

Pero mientras todos los médicos están de acuerdo en la importancia de medir la calidad de la evidencia, muchos piensan que una jerarquía de métodos es simplista. Como lo han afirmado centenares de doctores y científicos, distintas formas de conocimiento no pueden ser juzgadas por los mismos estándares: lo que un paciente prefiere sobre la base de su experiencia personal, lo que un médico piensa sobre la base de la experiencia clínica, y lo que la investigación clínica ha descubierto - cada uno de estos es valioso a su manera.

La experiencia clínica y la evaluación rigurosa también difieren en su utilidad en las diferentes etapas de la investigación científica. Para el descubrimiento y la explicación, los instintos y las observaciones son más útiles, mientras que los ensayos controlados aleatorios son menos efectivos. Experiencia y evaluación sistemática son socios, no rivales.

La experiencia interesada hace que sea fácil confundir la ausencia de evaluaciones aleatorias con la ausencia de conocimientos. Y esto lleva a la falsa creencia que el conocimiento de lo que funciona en la política social, la educación o la lucha contra la obesidad puede venir sólo de evaluaciones aleatorias. Pero si así pensáramos, nunca sabríamos si los paracaídas realmente funcionan porque no tenemos ensayos aleatorios de ellos.

Los experimentos, por supuesto, son invaluables y han demostrado en el pasado que la opinión de los expertos en algunas ocasiones está equivocada. Pero los que idolatran esta metodología, como quieren ahora hacer los defensores de las sodas, también pueden perjudicar el camino hacia la verdad. Una fuerte demanda de evidencia es una buena cosa. Pero fomentar una visión equivocada de la experiencia no debe ser parte de esa demanda.

EL AUTOR ES EMPRESARIO, CONSULTOR EN SALUD Y ASESOR EN SALUD PÚBLICA

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