• 24/06/2025 00:00

49 Aniversario: Parque Nacional Volcán Barú

Creado oficialmente el 24 de junio de 1976, hoy, el Parque Nacional Volcán Barú cumple 49 años de existencia legal, pero su historia biológica y cultural se remonta a miles de años atrás

El Parque Nacional Volcán Barú es un legado que urge defender. Fue creado oficialmente el 24 de junio de 1976, cumple 49 años de existencia legal, pero su historia biológica y cultural se remonta a miles de años atrás. Es mucho más que la montaña más alta de Panamá; es un ecosistema único, una joya de biodiversidad altitudinal sin igual en el país, y uno de los pocos lugares donde aún se puede caminar por bosques nubosos, páramos y sabanas de tierras altas, cada uno con sus propios paisajes, especies y microclimas.

Este parque no es solo una montaña que subir, ni una cima que alcanzar. Es un gradiente ecológico vivo, un conjunto secuencial de ecosistemas que se transforman progresivamente conforme se asciende o desciende por sus laderas. Desde los aproximadamente 1.500 metros sobre el nivel del mar hasta los 3.474 metros de su cumbre, el Barú aloja más de seis zonas de vida diferentes, clasificadas por Holdridge, cada una con características climáticas, vegetales y faunísticas únicas. Ese es su verdadero tesoro: la diversidad vertical.

En pocas palabras, el Volcán Barú es un laboratorio de evolución, un refugio de especies endémicas, un santuario de agua dulce y un pulmón vital para Chiriquí y más allá. Pero hoy, a pesar de su reconocimiento legal, este parque sigue siendo vulnerado, fragmentado y amenazado desde todos sus puntos cardinales.

Muchas amenazas vienen de la propia falta de información clave de los tomadores de decisiones acerca de lo que significa, por ejemplo, la biodiversidad vertical. Y al ignorarla, estamos subestimando lo mejor que tiene el parque para planes de manejo y conservación.

La riqueza del Parque Nacional Volcán Barú radica en su gradiente altitudinal, que permite la presencia de ecosistemas tan distintos como el bosque muy húmedo premontano, el bosque nuboso montano bajo y alto, el páramo de la cima y las sabanas de tierras altas. Cada uno de ellos tiene flora y fauna adaptadas a condiciones específicas, formando redes complejas de interacciones ecológicas, que deben ser mostradas al mundo y a las comunidades locales para que comprendan su riqueza y fragilidad.

Es aquí donde encontramos al quetzal resplandeciente, al puma centroamericano, al jaguar montano, al mono aullador o al mono araña, entre muchas otras especies que dependen de estos bosques para sobrevivir. En ciertos sectores, aún persisten árboles centenarios y bosques con más edad que el propio país.

Pero esta biodiversidad no solo es hermosa, es estratégica. El Parque actúa como embudo captador de agua de tres de las principales cuencas hidrográficas del occidente de Chiriquí, abasteciendo de agua limpia a comunidades enteras. Sus bosques regulan el clima local, retienen sedimentos y albergan una gran parte de la diversidad genética del país.

Todo el mundo debería saber cuánta agua provee este parque, qué valor tiene para la sostenibilidad regional, qué representa en términos de historia natural, cultura local y conservación de especies. Porque conocerlo es quererlo. Y quererlo, es protegerlo.

A pesar de todo esto, la percepción popular del Volcán Barú se ha reducido a una experiencia turística de cima: subir al punto más alto de Panamá, ver el amanecer u observar el Mar Caribe y bajar sin ver siquiera el bosque. Esta visión, aunque atractiva, ignora la riqueza ecológica que existe desde el primer paso dentro del parque. Por ello, el turismo en el parque debe profesionalizarse aún más, para que sea realmente un turismo responsable, en contraste con modelos de turismo de masa o insostenible por sus impactos.

No se trata de prohibir el acceso, sino de transformar la experiencia turística. Necesitamos un turismo guiado especializado, que invite a conocer los bosques, los riachuelos, las aves, las plantas medicinales, las especies endémicas, aquellas que nos enseñan historia natural, los sonidos de la montaña. Que eduque, que transforme, que inspire cuidado y no consumo.

Por desgracia, durante décadas, la política pública ha priorizado un cuasi-esquema de turismo urbano, o el turismo de masa en verano, en lugar del turismo de conciencia ecológica. La consecuencia es evidente: erosión, contaminación, pérdida de hábitat y mayor presión sobre un ecosistema ya frágil.

Un visitante bien guiado debe aprender a reconocer cómo cambia la flora y fauna al ascender, cómo varían las condiciones microclimáticas, cómo interactúan las especies en cada nivel. Debe comprender que está transitando por un complejo de biodiversidad alfa (diversidad dentro de un sitio), beta (entre sitios) y gamma (regional total). Solo así podrá convertirse en defensor activo de la diferencia ecológica que el Barú representa.

Hoy, el Parque Nacional Volcán Barú está siendo impactado en toda su extensión. Ganadería ilegal o poco regulada avanza en varios sectores. Caficultura comercial elimina bosques naturales para dar paso a cultivos en pendientes pronunciadas. El turismo mal gestionado crece sin control en ciertas áreas, mientras otras permanecen abandonadas.

Un ejemplo dramático es el caso de Paso Ancho y los Llanos de Volcán, donde prácticamente se han eliminado las sabanas de tierras altas dentro del parque, ecosistemas extremadamente raros en Panamá y de gran valor biológico. Todo esto ocurre frente a nuestros ojos, sin acciones contundentes por parte de las autoridades responsables. Si queremos que el parque no se siga degradando, hay que hacer frente a las amenazas persistentes con excelente manejo, control y vigilancia efectiva.

El aniversario del Parque Nacional Volcán Barú no debe ser solo una celebración simbólica. Debe ser también una oportunidad para denunciar, reflexionar y actuar para lograr de verdad un futuro sostenible. Se requiere entonces una renovación profunda en la manera como se gestiona el área, con enfoques científicos, participación comunitaria y una visión integral del ecosistema.

El Volcán Barú no es solo una montaña. Es un sistema vivo, un bien común, un legado que nos exige responsabilidad. Mientras sigamos viéndolo como un destino turístico y no como un tesoro ecológico estratégico, seguiremos perdiéndolo metro a metro cuadrado.

Que este aniversario no sea solo un recuerdo nostálgico. Que sea un despertar colectivo, un compromiso ciudadano con la conservación de este espacio. Que quienes visitan el parque lo hagan no solo para “subir”, sino para comprender, aprender y proteger.

Si logramos despertar la conciencia ecológica de quienes lo visitan, lo habitan y lo administran, entonces el Volcán Barú seguirá siendo, por muchas décadas más, un corazón verde estratégico de Chiriquí y de Panamá.

*El autor es presidente de Proyecto Primates Panamá
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