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- 27/03/2017 02:02
Un guayacán con amigos
Cientos de guayacanes en flor llenaron de belleza amarilla, calles, avenidas, montes cercanos y cerros lejanos. Esa florescencia, este año de una espectacularidad pocas veces vista otros años, se captó en un sinnúmero de bellas fotografías que circulan en las redes sociales y medios de comunicación. Pero uno de esos guayacanes es muy especial para un grupo de personas. Tal vez no es el más frondoso ni el más alto ni el más visible. Pero la historia de este guayacán y sus amigos merece ser contada. En los cuentos infantiles los animales y los árboles hablan. Pero como en la vida real no es así, contaré yo la historia de un guayacán agradecido. En medio de tantas palabras ofensivas; de tantos políticos que nos decepcionan; de tanto egoísmo y escasa solidaridad; incluso de irresponsables acciones dañinas que tienen el propósito de crear inestabilidad, al conocer la historia de este árbol sentí que una ráfaga de aire limpio y fresco había llegado para mantener viva la fe que tengo en la bondad del ser humano, en la gente de mi país. Todo empezó con el mensaje de mi amigo, Antonio; con tono de urgencia me pedía que viera unas fotos que había enviado a mi correo. Al ver la primera foto me pregunté por qué quería que viera la foto de un árbol con ramas secas, sin hojas, con casi todas las raíces al aire en un pequeño promontorio de tierra. Pasé a la siguiente imagen en la que pude observar que el árbol estaba en el límite de un lote donde empieza la construcción de una de esas torres gigantescas de las que tanto se enorgullecen los empresarios inmobiliarios. La siguiente imagen, grata sorpresa, mostraba el árbol, protegido con una cerca y tierra cubriendo las raíces; tímidos brotes, apenas visibles, empezaban a asomar; en la siguiente fotografía se apreciaban pequeñas flores amarillas ¡Había empezado a florecer! La última fotografía mostraba el guayacán en plena florescencia. Parecía decir: ‘¡Mírenme, estoy vivo!'.
Después de la secuencia de fotos entendí el interés de mi amigo en que yo conociera la odisea de ‘Guayo' (así lo bauticé). Me puso en comunicación con una de las personas que se empeñaron en salvarle la vida a este árbol que desde hace muchos años es deleite de los vecinos en la calle Alberto Navarro, El Cangrejo. ¡Con qué entusiasmo me contaba los detalles! En el lote destinado a la construcción de las torres de apartamentos, existían dos hermosas construcciones de las que ya quedan muy pocas. Los vecinos, varios de ellos con muchos años de vivir en esta calle, se movilizaron cuando vieron que se estaban talando los árboles en los lotes; se dirigieron a las autoridades para intentar salvarlos pero fue imposible; los propietarios del proyecto contaban con permiso para la tala. Pero quedaba en pie el guayacán que año tras año era motivo para salir a la ventana o a sentarse en el balcón a admirar el amarillo vibrante de sus flores. Corrió la voz de que la vida del guayacán estaba en peligro y empezó la actividad colectiva para evitar que lo talaran. Se comunicaron con las autoridades y pidieron ayuda al alcalde y la vicealcaldesa; conversaron con los propietarios del proyecto para convencerles de que mantenerlo frente al edificio es un privilegio, que agrega belleza al edificio, que se protege la naturaleza, etc. Tenaces, lograron la promesa de que el guayacán permanecería allí. ¡Se salvó! No obstante, el estado de salud del árbol era crítico; los movimientos de tierra con equipo pesado lo habían debilitado; mi amigo se comunicó con un empresario en el negocio de plantas y jardines, quien prestó su asesoría generosa para fortalecer con productos especiales las débiles raíces de Guayo. El ingeniero a cargo de las construcciones se comprometió a estar vigilante para que el árbol no muera ‘de muerte natural' (al principio se dijo que estaba enfermo sin posibilidad de salvarlo). Hace unos días la vicealcaldesa circuló un tuit con la fotografía de Guayo y el texto, ‘A pesar de la adversidad, Guayacán de proyecto PH Luxor nos regaló sus flores. Vale la pena rediseñar para mantenerlo'.
Al escribir sobre esta grata experiencia, esquivo la deprimente atmósfera política que estamos viviendo. Pero sobre todo, para agradecer y reconocer los méritos de los que se empeñaron en salvar el guayacán y para destacar lo que pudo lograrse cuando con voluntad y armonía, sin egoísmos, varias manos, varias voces se unieron en esta misión. Hace unos días pasé a conocer a Guayo; ya había dejado sobre la tierra seca su alfombra de flores amarillas. Y recordé el poema de mi amigo querido, José Franco, El Guayacán y el Niño, tan oportuno para terminar de contar la historia del guayacán que tiene muchos amigos. Dice el poema: ‘El niño mira a los cielos / bajo un celaje encendido, / la belleza lo conmueve, / las luces de los racimos, / parecen que fueran de oro salidos del paraíso. / El niño interroga al árbol / que lo escucha conmovido, / ¿De qué te asombras?, pregunta. / ¿De qué te asombras, cariño? / ¡De tan hermoso ramaje que te viste de amarillo! / ¡Ja, Ja, Ja!, el árbol ríe / y así le contesta al niño'.
COMUNICADORA SOCIAL.