• 23/04/2025 00:00

Armonía con la naturaleza para el desarrollo sostenible

Imagina un amanecer en Darién, donde el canto de las aves se mezcla con el murmullo de los ríos. Una región que no solo es puerta de entrada a Sudamérica, sino uno de los pulmones más importantes del continente. Allí, la selva conserva su esencia ancestral, albergando especies únicas y formando parte de un corredor biológico que une dos grandes mundos: el neotrópico del norte y del sur. Es un recordatorio de que Panamá no es solo un istmo geográfico, sino un puente entre biodiversidades.

Pero también hay vida y esperanza en otros rincones del país. En el oeste, el Parque Internacional La Amistad, compartido con Costa Rica, conecta ecosistemas mesoamericanos con una diversidad de bosques nubosos, bosques muy húmedos tropicales y especies endémicas que sobreviven gracias a la protección de esta joya transfronteriza. En el centro-oeste, los parques nacionales Héctor Gallego, Santa Fe y Donoso resguardan algunos de los últimos refugios de bosque húmedo caribeño. Mientras tanto, en el Pacífico, Coiba, Patrimonio Natural de la Humanidad y el golfo de Chiriquí abrigan arrecifes coralinos únicos y una biodiversidad insular donde la evolución ha hecho su trabajo en tiempos geológicamente cortos, como también ocurre en el Caribe, en la hermosa isla Escudo de Veraguas, con sus perezosos pigmeos.

Así, mares, montañas, selvas y sabanas conforman un mosaico biológico con fuentes de riqueza biótica por todos lados. Y, sin embargo, cada día este equilibrio se tambalea. No por falta de conciencia, sino por la distancia entre el discurso y la acción. Porque el desarrollo sostenible no se construye con buenos deseos; se logra con decisiones firmes, políticas claras y comunidades movilizadas. El cordón biológico del Caribe es un área en peligro, y debe seguir siendo protegido por esa comunidad activa que ya ha demostrado su compromiso.

Hace muchos años, en Brasil, un recolector de látex llamado Chico Mendes comprendió antes que muchos que los bosques no se protegen solo con leyes, sino con personas dispuestas a defenderlos. Luchó contra la tala ilegal, organizó comunidades y pagó con su vida por defender lo que creía. Pero su legado sigue vivo y nos recuerda que una sola voz puede cambiar el rumbo de un bosque, de una región... incluso del planeta. Es un héroe que inspira; no ha muerto.

Y aunque no todos somos activistas, todos podemos ser agentes de cambio. Elegir un café certificado, apoyar ropa hecha con materiales sostenibles o usar energía limpia no es un gesto menor. Es una forma de decir “no” al modelo actual de explotación y “sí” a otro posible.

Pero no basta con hacer lo correcto a nivel personal. También tenemos que exigir transparencia, denunciar lo malo y educarnos, y educar sobre lo que significa vivir en armonía con la naturaleza. Porque si no enseñamos a un niño a valorar una orquídea o una abeja silvestre tanto como un teléfono celular, seguiremos perdiendo lo que más necesitamos.

Muchas compañías hoy en día hablan de sostenibilidad, pero sus acciones no siempre van a la par.

Durante décadas han construido modelos basados en la extracción acelerada de recursos, dejando tras de sí bosques arrasados hasta la roca, suelos degradados, ríos contaminados y comunidades afectadas. Pero también hay historias esperanzadoras. Algunas empresas están reinventándose: eliminando la destrucción del ambiente de sus cadenas productivas, invirtiendo en la regeneración de suelos y apostando por tecnologías limpias. Aún son minoría, pero trazan un camino posible. Marcan un sendero distinto. Para que esto se generalice, necesitamos regulaciones claras, así como certificaciones ambientales verdaderamente independientes.

También debemos explorar nuevas formas de financiamiento para la conservación, donde no solo quien contamina paga, sino que toda persona o entidad que cause daño a los ecosistemas, y no opere bajo modelos sostenibles, deba resarcir esos daños. Estos fondos deben ser canalizados obligatoriamente hacia la restauración ecológica.

Vivir en armonía con la naturaleza no es un ideal romántico ni un lujo. Es un pacto ético entre generaciones. Es reconocer que el verdadero desarrollo no se mide solo en infraestructuras o crecimiento económico, sino en la calidad del aire, la salud de nuestros ríos, la presencia de jaguares, primates y aves en nuestros bosques, o de delfines en nuestras costas y mares.

El Dr. Edward O. Wilson, uno de los biólogos más influyentes del siglo XX, decía que si queremos salvar la vida en la Tierra, debemos dejar intacta al menos la mitad del planeta. No es una utopía: es una necesidad. Y Panamá, con su privilegiada biodiversidad, puede ser una parte importante de ese esfuerzo global.

El futuro es hoy. El tiempo de hablar mucho y actuar poco debe terminar. Hablemos menos en conferencias internacionales y actuemos más en nuestras comunidades. Escuchemos a quienes viven cerca de la tierra, a quienes cuidan manglares, bosques y humedales. Aprendamos de Chico Mendes, del Dr. Wilson, y de nuestros pueblos originarios de toda América.

Que el Día Internacional de la Diversidad Biológica 2025 nos recuerde a todos que nuestro primer compromiso es con la madre tierra y su biodiversidad, porque de ella dependerán siempre nuestras generaciones. Hagamos honor al lema: “Armonía con la naturaleza y el desarrollo sostenible”.

*El autor es presidente de Proyecto Primates Panamá
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