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- 21/06/2025 00:00
La judeofobia en las universidades de Estados Unidos

Las universidades estadounidenses se destacan en los rankings globales por su excelencia académica, investigativa y deportiva, lo que las convierte en polos de atracción no solo para estudiantes y académicos sino también para gobiernos extranjeros que buscan influir en la formación de los futuros líderes mundiales.
Según el periodista argentino Ignacio Montes de Oca, a raíz de esta injerencia foránea, varias instituciones de prestigio en EE.UU. se han transformado en espacios donde se manifiesta una judeofobia violenta, frecuentemente enmascarada como apoyo a la causa palestina.
Para comprender el origen de esta oleada de judeofobia académica, recurrimos al estudio de Michael Bard y al informe del Network Contagion Research Institute (NCRI).
La Sección 117 de la Ley de Educación de EE.UU. exige a las universidades declarar las donaciones extranjeras superiores a 250.000 dólares. Sin embargo, no fue hasta 2019 que se impuso una política de transparencia estricta. Hasta entonces, la publicación de estos datos era voluntaria.
Entre 1986 y octubre de 2022, las universidades estadounidenses recibieron donaciones extranjeras por un total de 44.000 millones de dólares, de los cuales 10.826 millones provinieron de gobiernos, instituciones e individuos del Medio Oriente. Según cálculos del NCRI, las donaciones no declaradas de gobiernos autoritarios podrían alcanzar los 13.000 millones. Estas cifras reflejan que las contribuciones no fueron desinteresadas, sino parte de acuerdos con contraprestaciones implícitas.
A cambio, muchas universidades accedieron a establecer cátedras y centros de estudios islámicos, incorporando a algunos académicos con posturas radicalizadas. Estos espacios se convirtieron en focos de discursos judeófobos que estallaron tras el genocidio del 7 de octubre de 2023, perpetrado en el sur de Israel por Hamás, la Yihad Islámica y civiles gazatíes, masacre en la que más de 1.200 personas fueron asesinadas y 251 secuestradas, sin dejar de mencionar las violaciones cometidas y la quema de familias enteras, bebes incluidos, en lo que fue el día que más judíos fueron asesinados desde el fin del Holocausto hace 80 años.
En consecuencia, brotó la judeofobia metódicamente sembrada y cultivada durante décadas en numerosos campus estadounidenses que toleraron expresiones de odio e incluso actos violentos contra estudiantes judíos, motivados por intereses económicos, contratos a largo plazo y dependencia de financiamiento externo.
El NCRI identificó un aumento del 300 % en incidentes judeófobos entre 2015 y 2020 en universidades que recibieron donaciones no transparentadas, en comparación con aquellas que no las aceptaron.
Según el informe de Bard, Catar encabeza la lista de donantes con 5.177 millones de dólares, seguido por Arabia Saudita (2.977 millones), Emiratos Árabes Unidos (1.289 millones) y Kuwait (1.177 millones). Incluso se registran aportes de la Autoridad Palestina por 10,1 millones.
Una vez revelado el trasfondo económico de esta judeofobia académica, es pertinente reflexionar sobre la responsabilidad institucional. Las universidades, como espacios históricos de pensamiento crítico, no pueden amparar conductas delictivas bajo la excusa de la protesta. Esta confusión ha derivado en sanciones y expulsiones de estudiantes, docentes y hasta rectores por incitación al odio y a la violencia contra judíos e israelíes.
En este marco de ideas, se presentan casos que son la punta del iceberg. El primero es el del estadounidense Patrick Dai, estudiante de Cornell de 21 años, arrestado, juzgado y condenado a dos años de prisión por instigar asesinatos de judíos en redes sociales. El segundo caso, es el de Mohsen Mahdawi, nacido en Cisjordania y estudiante en Columbia desde 2014. Residente legal en EE.UU. es líder de las protestas propalestinas en su universidad en donde fundó la organización “Sociedad de Estudiantes Palestino”, DAR, para, según su abogado, “celebrar la cultura, la historia y la identidad palestinas”, mientras que, en paralelo, los registros policiales indicaban que Mahdawi había admitido, según documentos judiciales revisados por NBC News, “haber participado y apoyado actos de violencia antisemita” y “tener interés en facilitar armas de fuego para ese propósito”.
Casos similares de estudiantes nacionales y extranjeros promotores de odio judeófobo están bajo investigación. Al existir amenazas reales en contra de su integridad física, los alumnos judíos han tenido que dejar de usar públicamente sus kipás, cadenas con Estrellas de David o cualquier símbolo que los identifique con su fe, al mismo tiempo que algunos optaron por retirar las mezuza de las puertas de sus habitaciones llegándose al extremo de haber tenido que mudarse de los dormitorios universitarios al no tener garantías ante la violencia practicada por los seguidores de Hamás.
En lo que compete a los visados para los alumnos procedentes del exterior, es clave recordar que la visa de estudio es un privilegio, no un derecho, y su otorgamiento es potestad de las autoridades federales, que también regulan la asignación de fondos y beneficios tributarios a las universidades.
Quien escribe estuvo presente en mayo de 2024 en el campamento levantado por los estudiantes de la Universidad George Washington. Constaté conversando con estudiantes que desconocían la ubicación geográfica de Gaza, el ataque del 7 de octubre o la historia del conflicto. Algunos repetían consignas como “Desde el río hasta el mar, Palestina será libre”, una declaración que implica la destrucción del Estado de Israel y el genocidio de su población.
Más anecdótica resultó ser la interacción que tuve con dos integrantes de la comunidad LGBTQ+. Al explicarles que sus camaradas son perseguidos y asesinados tanto en Gaza como en Cisjordania, les hice presente que los cisjordanos buscan en Israel asilo sabiendo que allí si existe la tolerancia a la diversidad de género, recordándoles que el Desfile del Orgullo más grande del Medio Oriente tiene lugar año tras año en Tel Aviv. Incrédulo, uno negó lo que es cierto, sin embargo, el otro me prometió que iba a investigar sobre el tema. Con eso, ya gané. Logré que una persona acepte dejar de odiar por la mera acción de odiar y se detenga por un momento a investigar antes que acatar indoctrinado por el odio promovido por quienes desean su propia muerte.
La narrativa impuesta pretende imponer falsas premisas y manipulaciones divorciadas con la verdad. Omiten el tema de los rehenes israelíes, las vejaciones de las que son víctimas y el uso de la población gazatí por parte de los grupos terroristas palestinos como escudos humanos. Tampoco hablan del robo y uso que Hamás hace de la ayuda humanitaria, todo ello, temas ineludibles para llegar a la solución deseada a la guerra. Tampoco mencionan la utilización de mezquitas, hospitales, escuelas, ambulancias, edificios de la ONU e incluso cementerios como puntos desde los cuales Hamás ha disparado más de 35.000 misiles en contra de civiles israelíes solo en el transcurso de la actual guerra iniciada, repetimos, por el grupo terrorista y sus acólitos.
Es muy fácil caer en adoctrinamiento y en la repetición de frases edulcoradas que niegan y pretenden ocultar los crímenes de Hamás en contra no solo de Israel sino también en contra de los propios palestinos y de todo aquel que piense distinto a ellos, incluyendo sus hermanos de la Autoridad Palestina a quienes asesinaron por decenas en el golpe de Estado gazatí de 2007. Aquel que niega la verdad, tampoco tendrá reparo, por consiguiente, en negar los asesinatos y vejaciones perpetradas por los grupos terroristas palestinos, total, quien trata de mentir manipulando a la opinión pública no solo ha perdido la razón, los valores y la sindéresis, sino también, ha perdido la moral, y con ella, la vergüenza.
Toda muerte es triste e irremplazable, pero debemos tener mucho cuidado cuando se presentan como fiables las cifras del Ministerio de Sanidad de Gaza —controlado por Hamás— que distan de ser creíbles. Ellas incluyen a terroristas dados de baja y a todo portador de armas, incluyendo menores de edad y mujeres reconocidos como combatientes por el derecho internacional, recordando de paso a los cientos de palestinos fusilados por Hamás al negarse a acatar su autoridad.
Bien lo dijo Joseph Göebbels, ministro de propaganda nazi: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. A 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial no dejemos que los nazis y sus herederos de Hamás triunfen imponiendo sus mentiras evadiendo sus responsabilidades en el estallido y desarrollo del actual conflicto, menos, en su cometido de asesinar judíos y aparentar inocencia, exención de culpa de la que carecen.