• 26/10/2025 00:00

La lógica de la comida como medicina

¿Cómo llamaría usted al siguiente escenario: un país con una población que gasta una cuarta parte de sus ingresos en alimentos ultra procesados de mala calidad que habitualmente los enferma y los mata prematuramente? Los empleadores, las compañías de seguros y el gobierno ayudan a la mayoría de ellos a pagar los medicamentos y tratamientos necesarios para tratar las condiciones causadas en gran medida por la “mala” alimentación. Los costos del tratamiento de condiciones que casi nadie necesita para obtener en primer lugar rutinariamente superan los costos de la comida chatarra en gran parte responsables de engendrar esas condiciones. ¿Quizás insólito es la palabra que le viene a la mente? ¿Qué tal absurdo? ¿O por qué no incoherente? Yo lo llamaría: solo otro día en Panamá.

En Panamá prevalecen las enfermedades y los malos resultados de comer rutinariamente productos ultra procesados. Y así, prevalece la mala alimentación. Nadie supone que la comida haga estragos en los sistemas de órganos, propague la degeneración de partes del cuerpo o acelere nuestra rendición a la senectud. Eventualmente sucumbiremos a estas fuerzas sin importar qué tan bien comamos y vivamos, pero los estudios en las Zonas Azules nos muestran cuán vibrante y por cuánto tiempo un cuerpo bien nutrido y bien cuidado puede defenderse. No hay nada genéticamente especial en las poblaciones de las Zonas Azules; los privilegios y bendiciones de las que disfrutan (una mayor abundancia de años de vida, una abundancia de vida mucho mayor en años, sin el estorbo de las enfermedades crónicas que habitualmente evitan) son cortesía del estilo de vida. En principio, una dieta y estilo de vida saludable es una opción para todos.

En la práctica, sin embargo, ese no es el caso. Las opciones que hace la gente, cualquiera que sea nuestro nivel de responsabilidad personal y autodisciplina, están subordinadas a las elecciones que tiene la gente. Producir y vender agresivamente comida chatarra intencionadamente adictiva y normalizar la noción de que la enfermedad crónica es un rito de iniciación social, así como el de que los hospitales y las farmacias son consecuencias inevitables de llegar a la mediana edad.

Apoyo ciento por ciento los programas de subsidios y becas, dirigidos a ayudar a casi una de cada cuatro familias panameñas que luchan por salir de la curva de pobreza y desnutrición. Pero una evaluación desapasionada muestra cuán trastornado es este statu quo. Nosotros, los contribuyentes panameños, gastamos casi tres mil millones de dólares para subsidiar ayudas sociales que pueden comprarle a la gente acceso a alimentos terriblemente dañinos. Incluso nadie fiscaliza que ese dinero no se pueda gastar en cigarrillos, licor, casino o lotería. Luego gastamos muchas más decenas y cientos de millones de dólares a través de los programas de salud para tratar esa mala salud y, con demasiada frecuencia, lo hacemos mal. Por años he tratado de hallar a un ganador en este escenario, y todavía no lo encuentro. En cambio, podría proporcionar una guía fácil de incentivos financieros para elegir alimentos saludables y cortar de raíz todo este círculo tóxico.

Hace tiempo que resuena un tambor que quiere decirnos de las profundas disfunciones de la alimentación en el mundo. Tenemos motivos para esperar que los agentes de un crecimiento reciente superen nuestra complacencia. Tenemos motivos para esperar que los enredos de nuestro destino con el del planeta puedan hacer lo mismo. También tenemos motivos para esperar que, de hecho, pueda haber una abertura de esperanza cuando las nubes oscuras de esta pandemia de enfermedades crónicas finalmente se disipen: una luz brillante se pose sobre las responsabilidades agudas de la mala salud. Los beneficios de la comida como medicina, más que como preámbulo a la necesidad de medicamentos, confieren una gratificación inmediata, antes de convertirse en el regalo que sigue dando.

Los costos de los alimentos para nutrir en lugar de degradar la salud se limitan a la diferencia de costo entre los alimentos malos y buenos. El costo incremental, que ya puede ser mucho menor que los costos de la mala salud como de costumbre, disminuiría aún más con el tiempo a medida que nuestro suministro de alimentos cambia su énfasis hacia la producción de más frutas y vegetales.

Podríamos hacer la proyección del costo de los medicamentos para reparar solo en parte todas las enfermedades que causan en primera instancia. La comida, como la medicina invocada hace mucho tiempo por Hipócrates, podría salvar vidas, vitalidad, biodiversidad y, además, una gran fortuna. El redoble del tambor toca la necesidad bajo la apariencia de diabetes, enfermedades cardíacas, obesidad, cáncer, demencia, y también el número de víctimas sumamente calamitoso por el cambio climático. Podemos, siempre que así lo deseemos, invocar la voluntad de inventar la mejor manera.

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