Los equipos de rescate trabajan desde la madrugada para localizar supervivientes entre los escombros, aunque las operaciones se ven dificultadas por los...

El 1 de septiembre celebramos el Día Mundial de los Primates, una fecha para reflexionar y recordarnos que compartimos este planeta con seres muy cercanos a nosotros en la escala de la vida. Son seres inteligentes, sociales, con emociones, familias y territorios. En Panamá, este día nos invita especialmente a reflexionar sobre el futuro ambiental que anhelamos. Siendo un país pequeño, cada cicatriz en nuestro entorno es notoria. Por ello, cuidar de nuestros vibrantes bosques, mantener limpios los ríos y proteger a los primates como símbolo de la vida y de los ecosistemas de los que formamos parte, no es un simple deseo; debe ser un imperativo para una sociedad sabia y comprometida con su patrimonio natural.
En el borde sur de la finca de mis abuelos paternos, junto al río, conocí durante mi niñez a una tropa de monos tití (conocidos también como monos ardilla). Me fascinaba verlos moverse con agilidad y destreza entre las copas de los árboles en busca de alimento. Uno de sus manjares favoritos eran las “guabitas de mono” que crecían en la orilla. Nunca vi a estos pequeños primates en otro lugar que no fuera esos bosques ribereños, en la finca del señor Lay García y en la de mi abuelo. Eran parte de un mundo natural, silencioso y vivo.
También recuerdo los fuertes aullidos que llegaban desde la loma de “El Zapote”. Mis padres me contaron que eran los “monos concones”, animales muy grandes. En mi imaginación infantil, los veía como gigantes. Aunque nunca los vi, su voz resonaba en lo profundo del bosque primario, lejos del camino de lodo y polvo que la gente transitaba. Le temían a las personas. Habitaban únicamente en los “volantines” —reductos de selva— de los ríos Corotú y Rabo de Puerco, que parecían ser lo último que quedaba de un mundo ya desaparecido en otros lugares. La tala masiva y la potrerización de esa época no solo afectaban a los monos, sino que arrasaban con todo a su paso.
Con el tiempo, comprendí que su futuro dependía de una decisión humana muy sencilla: dejarles un espacio para vivir. Vi cómo esos bosques se convertían en arrozales, luego en maizales y huertas, y finalmente en pastizales para la ganadería extensiva. Los arroyos se volvieron hilos de agua lodosa y los potreros reemplazaron el verdor de los árboles. Los pocos monos se quedaron en silencio. Ya no había cantos ni movimiento entre las ramas. Solo silencio. Muchos años después, volvieron a aparecer; se habían escondido. La gente de ahora no los caza como antes, ¡pero persiste la destrucción de los bosques que a veces con tanto esfuerzo logran recuperarse!
Hoy, al escribir estas líneas, no busco solo recordar. Quiero invitar a la humanidad a reconectar con la naturaleza, a entender que la vida silvestre no es un obstáculo para el progreso, sino su fundamento. Los primates no son animales anónimos; son seres con nombre, familia e historia. En un libro que está casi listo para ser maquetado, presentamos a decenas de ellos, como Urakbá, Diana, Angelina, Virginia, Andreas, Lautaro, Iris, Lineo, Simón, Margarita, Adonis y Araceli, entre muchos más. Cada uno tiene un hogar, una comunidad y peligros que enfrentar. Son sujetos de vida, no objetos. Es una historia única que debe ser contada para que aprendamos a conocerlos y respetarlos, porque nadie defiende lo que no conoce, y nadie ama lo que no siente cercano.
Este cuidado no es solo un acto de bondad, sino una decisión inteligente. El mayor activo de Panamá no es el Canal, es la madre naturaleza. Debemos construir un futuro verdaderamente sostenible, un futuro verde. El turismo basado en la naturaleza, como el ecoturismo, el turismo comunitario y la observación de vida silvestre, puede fácilmente triplicar los ingresos por divisas que hoy genera cualquier actividad extractiva y de alto impacto ambiental. Y lo hace sin destruir los bosques, sin envenenar los ríos y sin silenciar los aullidos de los monos concones. No olvidemos que, incluso con un turismo aún incipiente, Panamá ya recibe más divisas de esta actividad que de muchas otras.
Este no es un sueño lejano, es una posibilidad real. Ya tenemos las leyes y los marcos internacionales de protección ambiental que nos recuerdan que el desarrollo debe cuidar nuestro entorno. Tenemos la biodiversidad, el clima y la belleza natural. Lo tenemos todo. Lo que necesitamos es voluntad y visión para ese modelo de desarrollo sostenible.
Reafirmo que el verdadero desarrollo no se mide en concreto, ni en minas, ni en la madera extraída de nuestros bosques; se mide en los bosques que se mantienen en pie. No se mide en caminos de polvo, sino en ríos limpios. No en ganado sobre tierra desnuda, sino en comunidades que prosperan cuidando su patrimonio.
Un Panamá verde no solo es posible, es necesario. Es nuestro futuro común. Un futuro con Urakbá, con Diana, con Lautaro. Con todos los que aún cantan en lo alto de los árboles y con todos los que vendrán después de nosotros.
Por eso, este 1 de septiembre, Día Mundial de los Primates, renovemos nuestro compromiso. Porque cuando cuidamos a los primates, nos cuidamos a nosotros mismos. Y cuando elegimos la vida, elegimos el futuro. Panamá tiene gente brillante; no echemos por la borda nuestros verdaderos valores y riquezas. El desarrollo sostenible de Panamá es verde y multicolor, como nuestros bosques.