• 05/08/2023 00:00

El vacío discurso a favor de la familia

“[...] pocas veces reparamos en esa mujer que madruga para proveer sola, que se graduó de una carrera y se encarga de todo, que dejó a un lado su vida personal para criar a sus hijos, y que jamás recibió subsidios, porque no encaja en la foto politiquera de la carencia básica”

Para muchos nacidos en la convulsa época previa a la instauración de la nueva democracia, toda pequeña ventaja económica era un lujo. Quienes vivimos nuestra infancia y adolescencia bajo un solo salario en casa, recordamos haber visto magia en tiempo real: nuestras madres haciendo malabares para que el dinero alcanzara y no privarnos ni de las necesidades vitales ni de una buena educación, herramienta clave para salir de la pobreza. No es sino hasta que somos adultos con obligaciones propias que nos detenemos a pensar: ¿cómo lo hacían? ¿Existe ahora más interés que antes por proveer a la familia del apoyo que siempre se hace necesario, ante las obligaciones financieras que conlleva tener un hogar y procrear? Falso.

El discurso hipócrita inicia desde la escuela: la carencia de una educación sexual científica, abrigándose en argumentos religiosos o costumbristas implica abandonar a nuestros niños y adolescentes en las garras de la ignorancia cuando, abrumados sin culpa por sus pulsiones naturales y descarga hormonal, se encuentran en incontables situaciones de riesgo: las proverbiales infecciones de transmisión sexual con nefastas consecuencias y los embarazos no planificados, además del abuso sexual, estupro, incesto, corrupción de menores, coerción, lesiones a su autoestima, riesgos de lesión y muerte por abortos clandestinos, relaciones tóxicas de pareja y violencia física, entre otras.

Para la embarazada adulta profesional, la falta de apoyo no es tan evidente: la mayoría se enfrasca en tapizar las galerías virtuales de aprobación externa vana. Incluso si cuenta con la presencia de su pareja, le tocará un sutil desdén. Aplaudimos desde afuera el milagro de la reproducción, pero al llegar la nueva vida al mundo, que se encarguen sus padres. Ahora imagine lo que atraviesa la madre soltera. Difícilmente cuestionamos darle el asiento en el transporte a una mujer embarazada, pero si carga un niño hacemos un cálculo matemático y un escaneo basado en estereotipos, antes de sopesar si lo merece.

¿Qué ocurre cuando el trabajo amerita dejar al niño en otras manos? Todo padre y madre sabe lo costoso que resulta un lugar de cuidado tipo guardería, maternal o preescolar. Es tan infrecuente encontrar personas responsables y dedicadas que cuiden a los niños en casa, que la mayoría se aferra a una buena niñera, así sea que le cueste sacrificar más recursos o trabajar el doble, algo contradictorio, pero que añade más absurdo a la situación: trabajamos más para que alguien cuide bien a nuestros hijos cuando trabajamos más.

Las escuelas tenían todo el potencial para servir como el segundo hogar del que tanto se habla, pero muchas perdieron la oportunidad de respaldar a las familias, dado que la mayoría opera en horarios minúsculos, en donde el estudiante retorna a casa alrededor de mediodía y bota el resto del tiempo en el celular o en alguna otra pantalla, a menos que los padres cuenten con la solvencia para costear cursos de deporte, arte o reforzamiento en materias. En un país con uno de los calendarios académicos más cortos del mundo, nadie habla de extender las horas presenciales en clase, preferimos martirizar al maestro por no hacer milagros con lo que reciben.

Preguntemos a las estudiantes adultas trabajadoras que cursan carreras universitarias. ¿Cuál de las instituciones educativas ha tomado la iniciativa de ofrecer servicio de guardería para sus administrativos, docentes o estudiantes? ¿Cómo se comporta un profesor cuando una alumna le pide autorización para entrar al aula con su hijo? ¿Qué tanto respaldo reciben de empleadores y parejas para culminar sus estudios? Allá ella que “se embarazó”, rezan los ignorantes.

Cada vez que suena un discurso a favor de la familia en la boca de candidatos a puestos de elección, conviene prestar atención a lo que realmente se está defendiendo. En mi opinión, se trata de un dogma que yace en el inconsciente colectivo, que aplaca la inquietud ante la amenaza que representa la independencia económica de las mujeres; pocas veces dicha proclama va de la mano con una estructura social que brinde atención a las situaciones anteriormente planteadas. Nos conmueve la indefensión de una niña abusada, la pureza de un nonato y el dolor de padres afligidos por la enfermedad de un hijo, pero pocas veces reparamos en esa mujer que madruga para proveer sola, que se graduó de una carrera y se encarga de todo, que dejó a un lado su vida personal para criar a sus hijos, y que jamás recibió subsidios, porque no encaja en la foto politiquera de la carencia básica.

Docente universitaria.
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