El presidente es incansable poniendo adjetivos a los que considera que, por pensar distinto a él, son sus enemigos. A los diputados de Vamos los llamó chiquillos. A los estudiantes de la Universidad de Panamá, terroristas. A quienes cuestionamos el Memorándum de Entendimiento (MOU), traidores a la Patria. A los educadores los ha denigrado. A los fiscales y jueces les ha llamado poco eficaces y que no hacen bien su trabajo. Hasta se ha metido con el obispo de Colón, a quien llamó izquierdista, cuando hizo comentarios sobre el proyecto de río Indio. A los policías los señala de estar penetrados por el crimen organizado.

Ahora llama vagos de cafetería a los que, según él, no hacemos otra cosa que cuestionar por deporte su gestión.

La vagancia se refiere a la falta de actividad, trabajo o esfuerzo, aplicable quizás a alguno de sus cercanos colaboradores. Es cuando alguien se siente perezoso o sin ganas de hacer nada y prefiere relajarse y disfrutar del tiempo libre. Cuando el primer mandatario mencionó aquello, me imagino que, por no tener nada que hacer, esos “vagos” nos sentamos en una cafetería para ver lo malo de su gobierno. Yo les llamaría, preferiblemente, panameños preocupados que al menos tienen tiempo para tomar un café.

En los tiempos de los militares me imagino que nos llamarían “opositores de almuerzo”, porque a medio día, cuando no había tantas cafeterías como ahora, conversábamos sobre lo que había que hacer para terminar con la dictadura. En aquellos tiempos, participé con el actual presidente en alguna de esas tertulias cuando, por el solo hecho de reunirnos, Noriega nos llamaba sediciosos y pro yanquis. Poco nos importaba lo que dijeran.

Si por conversar acerca de mis preocupaciones de la situación nacional compartiendo un café, entonces, sí soy un vago o más bien un preocupado de cafetería, como se quiera ver. Y lo hago desde hace más de 60 años que llevo de estar en política. Es normal hacerlo cuando se tiene en mente el futuro de la Patria y de nuestros hijos y nietos.

La escogencia de José Raúl Mulino como candidato y su posterior elección como presidente, no ha sido la excepción. Aunque no voté por él, desde el primer día, le deseé éxitos en su mandato. Me dije, si a Mulino, le va bien, al país le irá bien, que es lo que la mayoría decía al inicio de su administración.

Precisamente, en uno de esos cafés de vagos o preocupados, puse a su canciller designado, Javier Martínez Acha, en contacto directo con María Corina Machado, porque quería que nuestro país tuviera un papel importante para la liberación de Venezuela, tal como lo hemos venido haciendo. También debo recordar las denuncias ventiladas durante mi paso por la representación diplomática en la Organización de Estados Americanos. Por eso, a través de mi amigo periodista Andrés Oppenheimer, tomándome un café, gestioné su primera entrevista en el exterior a través de CNN, la cual fue considerada muy exitosa.

Sin embargo, tengo la total certeza de que como ciudadano que vive en Panamá y no en Cuba, Nicaragua o Venezuela, tengo todo el derecho de opinar con responsabilidad sobre el curso del país, tal como regularmente hago. Este es el mismo derecho que tanto nos tomó obtener tras los 21 años de dictadura y que personas, como José Raúl Mulino y muchos miles más, luchamos con valor y constancia para lograrlo.

¿Acaso debemos guardar silencio ante el nepotismo existente en el cuerpo diplomático o la compra de aviones de guerra donde constitucionalmente no tenemos ejército? ¿O cuestionar nombramientos de personas con antecedentes penales en puestos importantes del gobierno? ¿O considerar que hay gastos públicos no prioritarios, como la remodelación de la villa diplomática y la construcción del hospital canino, es hacerlo solo por joder lo que hace el gobierno?

Un presidente debe gobernar y no solo mandar. Debe escuchar a la población, no solo a los que votaron por él. Es su deber promover la participación ciudadana como ahora lo hace juiciosamente el Canal de Panamá con el tema del río Indio y no imponer las decisiones porque al final de cuentas el que manda es el presidente.

El país está en crisis política, económica y social, realidad que la aceptan los mismos rectores del gobierno. Es el momento de sumar no de restar. De dialogar no de enfrentarse los unos a los otros. De no descalificar a nadie.

Todavía le quedan más de 3 años al presidente como encargado del timón de esta nave que llamamos Estado panameño. Es su deber llevarnos a buen puerto, con el apoyo de todos. El país se lo merece.

*El autor es analista político
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