• 26/12/2021 00:00

Milagros

Si pasamos por la Navidad y no dejamos que esta pase por nosotros, entonces no hemos entendido nada

Un año más conmemoramos que un dios que se convierte en zarza ardiente envía a un pichón a un pueblo en el medio de la nada en los confines del imperio romano para que una adolescente virgen, casada con un hombre que podría ser su padre, quede embarazada de su hijo.

Este nacimiento mágico, en el que el niño viene al mundo sin que la pelaíta deje de ser virgen (y en el cual nos cuentan los apócrifos que se le seca la mano a una partera que osa dudar de la veracidad de esta afirmación), es un acontecimiento anunciado por un ser mágico con alas que sobrevuela un choto de pastores y canta alabanzas a la divinidad.

Conmemoramos que un rey loco masacró a inocentes buscando a un niño en concreto, bebé que ya había puesto pies en polvorosa huyendo a lomos de burra con sus padres, a los que les habían dado el soplo, también de forma mágica, pero que no habían dicho ni mu a sus vecinos y conciudadanos, salvando así a su retoño y dejando que el resto de las madres llorasen a los suyos. Conmemoramos que los magos, (a pesar de que la Biblia reitera en varias ocasiones el anatema y la pena de muerte para los practicantes de la magia), fueron a llevar presentes carísimos a un pesebre y que luego se pintaron de colores.

Acaba de pasar Navidad y no, en serio, no se crean que lo anterior me parece falso. En absoluto. Soy católica y me creo lo que la Santa Madre me ordena creer como dogma de fe. Entonces, ¿a qué viene esto?, se preguntarán ustedes, pues viene a que, si la mayoría de los panameños son cristianos; si nos empecinamos en llamar a un ensotanado para que nos bendiga a diestra y siniestra emprendimientos, inauguraciones y eventos varios; si enarbolamos nuestras creencias acusando a cualquiera de querer atacarnos por aquello que creemos y ridiculizamos a cualquiera que crea en cualquier cosa que no sea aquello que nosotros aceptamos tragándonos cualquier leyenda sin ni siquiera masticarla, no hemos entendido nada.

Porque la Navidad es una época de magia, de la de verdad y de la fantástica, es una época en la que lo increíble puede ocurrir y puede ocurrirle a cualquiera en cualquier parte del mundo. Es una época de esperanza, de abrirse al otro, al extraño, al ajeno, a aquello que nunca conociste y que ahora te abofetea.

Y si pasamos por la Navidad y no dejamos que esta pase por nosotros, entonces no hemos entendido nada. La Navidad significa cerrar ciclos, aceptar al extranjero, al diferente, asumir que las cagadas también les pasan a las personas buenas, entender que las noticias no siempre son aquello que quieres oír, que el mundo es un valle de lágrimas pero que, aun así, merece la pena estar en él porque “Hay bajo el sol un momento para todo, y un tiempo para hacer cada cosa: Tiempo para nacer, y tiempo para morir; (...), tiempo para llorar y tiempo para reír; tiempo para gemir y tiempo para bailar; (...) Al final, ¿qué provecho saca uno de sus afanes? Vi entonces que su verdadero bien es la alegría y hacer el bien durante su vida” (Eclesiastés 3 1-12).

Si están ustedes hoy terminando de digerir tamales, pavo y jamón, y solo piensan en que tienen que tirar a la basura los envoltorios de los regalos que reposaban hasta ayer debajo de su arbolito y no entiende que Dios dijo hermanos, usted no ha entendido nada y el Niño nació y murió en vano.

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