• 26/10/2015 01:00

¿Habrá diferencias entre Martinelli y Varela?

Si hacen esa pregunta, definitivamente tendríamos que decir que muchas y muy variadas; ‘gracias a Dios ', dirían algunos

Si hacen esa pregunta, definitivamente tendríamos que decir que muchas y muy variadas; ‘gracias a Dios ', dirían algunos. La más importante es la percepción que se tiene de sus respectivos Gobiernos. Sería como comparar un veloz Corvette, con un chofer arrebatado con ínfulas de playboy , con un venerable Dodge de los años 70 conducido por alguien que atiende todas las señales, comentarían otros, refiriéndose a la velocidad con que uno se mueve frente a cómo lo hacía el otro.

El 7 de julio de 2009 Martinelli marcó el rumbo arbitrario de su Gobierno, cuando, mazo en mano, acudió a tumbar el muro existente en la Marina de Figali, sin disponer de orden alguna y simplemente, como dijo su ministro de Economía y Finanzas, Alberto Vallarino, como un acto mediático, aunque sin fundamento legal alguno, como declaró cuando lo llevaron a una Fiscalía Anticorrupción.

Difícilmente Varela hubiese hecho aquello. Tampoco se le hubiera ocurrido ir a Alemania a proponer a la primera ministra, Ángela Merkel, que el euro podría circular libremente en Panamá, o, en visita a Israel, enervar a los árabes al sostener que Jerusalén era solo de los judíos o meterse en el conflicto insular entre Japón y China, que llegó al punto en que ambos países le dijeron que no se metiera en lo que no era de su incumbencia. O, cuando, en desayuno ofrecido por Citibank con 400 ejecutivos en Nueva York, en octubre de 2009, —echando a un lado el discurso que le tenían preparado— dijo, como si fuera una gracia, que ‘mientras hablaba con el presidente Sarkozy, él solo miraba a Carla Bruni, su bella esposa '. O cuando tuvo la terrible ocurrencia de pedirle a la embajadora Barbara Stephenson que el Gobierno norteamericano le facilitará equipos para espiar a los opositores. No solo es cuestión de estilo, sino de cortesía, recato y buen gusto y, por supuesto, de valores democráticos. Ahora nos damos cuenta de que lo de ‘loco ' no era simplemente un eslogan publicitario, en verdad ¡estaba loco! Gracias al Señor que Varela —aún con sus humanos defectos— no nos salió así.

Han apodado de mil maneras al presidente Varela; muchos de esos apodos hacen alusión a la lentitud y parsimonia con que se hacen las cosas en su Gobierno. Pero ¿nos hemos preguntado seriamente en qué estado se encontró la Administración Pública al llegar Varela a la Presidencia el 1 de julio de 2014? Requerían de mucho cuidado, porque lo que se encontró allí era como un campo minado donde difícilmente se sabía dónde pisar. Lo vemos a diario con todo lo nuevo que va apareciendo aún, a pesar de estar en el mes 16 de su mandato.

Lo acusan de perseguidor de sus enemigos, de controlar el Ministerio Público, de dominar la Corte Suprema de Justicia. Aunque dudo que eso ocurra, sí me pregunto, ¿quiénes perseguían a sus adversarios políticos y comerciales a través de pinchazos y toda clase de tecnología ilegal? ¿O tener cuatro procuradores en cinco años, tres de los cuales dócilmente respondían directamente a él? ¿O de imponer a Moncada Luna, primero como magistrado y luego como presidente de la Corte y, cuando no pudo lograr su reelección, igualmente imponer en ese cargo a Ayú Prado? Es fácil hablar de lo que hace alguien, pero difícil recordar lo él mismo hizo antes.

Quizá a muchos no les gusta el estilo de Varela. Definitivamente que, al final de cuentas, terminarán prefiriendo frente a los vértigos que se vivían antes casi a diario y que ahora se conoce servían de cortinas de humo para esconder las maleanterías que se cocinaban tras bambalinas para favorecer los negocios de Martinelli, su familia, sus allegados, sus copartidarios y hasta alguno que otro supuesto opositor. Y eso que todavía no se conoce todo lo que lograron hacer y predeciblemente consolidarían de haber triunfado José Domingo Arias. Nos cuesta imaginarnos hacia dónde nos hubieran llevado de haber ocurrido aquello.

Estarían construyendo su ciudad marina en los terrenos de Figali; habrían consolidado su negocio energético; hubiesen seguido obligando a empresarios a ceder acciones de negocios productivos; la obras faraónicas con los sobrecostos conocidos se hubiesen multiplicado. En fin, no hubiese sido sorpresivo que hasta intentarán hipotecar el Puente de las Américas. Definitivamente que Varela es diferente. Creo que debemos darle las gracias a Dios por esto, pero sobre todo por haber iluminado al pueblo panameño para que le negara a Cambio Democrático volver a repetir en el Gobierno. En algo coincidirán conmigo: al terminar su mandato, Varela no tiene entre sus planes salir huyendo del país como lo hizo Martinelli.

ABOGADO Y POLÍTICO.

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